viernes, 12 de enero de 2018

SOBRE EL ARRIANISMO

El Arrianismo
En algunos grupos de los primeros cristianos se enseñaba que Cristo había pre-existido como Hijo de Dios desde antes de su encarnación en Jesús de Nazaret, y que había descendido a la Tierra para redimir a los seres humanos.
Arrio creía que Dios Padre y Dios Hijo no habían existido juntos desde siempre, sino que el Logos era un ser divino creado por Dios Padre antes que el mundo y que estaba subordinado al Padre. Arrio y sus seguidores apelaban al ya mencionado texto del Evangelio de Juan, y además a Proverbios, donde la Sabiduría Divina (identificada entonces con el Logos, es decir Jesucristo) proclama:
El Señor me creó al principio de su obra, antes de que él comenzara a crearlo todo.
Proverbios 8:22 (Versión Dios habla hoy, 1996)
Arrio había sido discípulo de Luciano de Antioquía en su academia de Antioquía, y heredó de él una versión modificada de las enseñanzas de Pablo de Samosata. Después de la conversión de Constantino y en vista del áspero cariz que tomaban las disputas teológicas, se convocó al Concilio de Nicea, el cual adoptó una solución general a esta controversia. La gran mayoría apoyó las doctrinas trinitarias, que pasaron a considerarse la ortodoxia (es decir la forma correcta de entender la fe cristiana) y la posición arriana quedó en minoría y fue declarada heterodoxa o herética.
La controversia acerca del arrianismo se desarrolló durante todo el siglo IV. Incumbió a muchos miembros de la Iglesia: simples creyentes, sacerdotes, monjes, obispos, emperadores y miembros de la familia imperial romana. Los emperadores romanos, Constancio II y Valente, se convirtieron en arrianos o semi-arrianos. También se hicieron arrianos los godos, vándalos y lombardos. La profunda controversia en el seno de la Iglesia durante este periodo podría no haberse materializado sin la significativa influencia histórica de las doctrinas arrianas. De los trescientos obispos que acudieron al Primer Concilio de Nicea, solo dos no firmaron el Credo Niceno, que condenaba el arrianismo. Según algunos estudiosos, esta mayoría obedeció a la pena de exilio impuesta por Constantino a quienes se rehusaran a firmar el acuerdo alcanzado en Nicea. Sin embargo, se ha señalado que dicha suposición es gratuita dado que no aparece en las fuentes posteriores indicio alguno de imposición en los escritos de los participantes del mismo, posterior a su muerte; más aún, hay evidencia que los obispos presentes en el mencionado concilio fueron de una u otra manera presionados por Constantino para reintegrar a Arrio y otros miembros de su partido en los puestos eclesiásticos que manejan previamente, entre ellos se encontraba Atanasio a quien por oponerse a la medida imperial, se le exilia forzadamente de su sede en Alejandria; Y de nueva cuenta es encarcelado y exiliado por el emperador Constancio II quien decidió apoyar de forma activa a los arrianos, aun sin compartir la totalidad de su doctrina.
El Edicto en cuestión dispuso los siguiente:
Además, si se encuentra algún escrito sobre Arrio, podría ser arrojado al fuego, por lo que no solo se borra la maldad de su enseñanza, sino que no quedará nada para recordarlo. Y por esto hago una orden pública, de que si se descubriese que alguien esconde un escrito compuesto por Arrio, y no lo lleva inmediatamente a su destrucción por fuego, la pena será la muerte. Tan pronto como se descubra su ofensa, él podría ser sometido a castigo capital [...]
Edicto del emperador Constantino contra los arrianos.
La vigencia del mencionado Edicto apenas tuvo corto vigor en su aplicación; si bien Arrio fue desterrado a Ilírico junto con dos prelados afines suyos Theonas de Marmarica y Segundo de Ptolemaida y sus libros quemados; pasados tres meses el emperador suaviza la sanciones impuesta a los seguidores de Arrio en la referente a sus escritos y libros (considerándose principalmente por encontrarse interesado a la tendencia arriana de su hasta ese momento ex-consejero y también exiliado Eusebio), y posteriormente que en el año 328 pide a los obispos de la región de Egipto, en especial a Atanasio de Alejandria reconsiderar la condena hacia los mismos y devolverles a los cargos eclesiales que ocupaban antes del concilio, la respuestas de los mismo fue unánime en el rechazo hacia el emperador, siendo el propio Obispo tajante a exigir que se respetara lo concerniente a lo estipulado en Nicea sobre el tema; Sin embargo Constantino forzó a través de la vía judicial sacar del exilio a Arrio e imponerlo de nuevo en la diócesis contra la voluntad de Atanasio, este último continuo firme en su negativa de aceptarle de nuevo. Dicho desafió fue recibido por el emperador como amenaza a su imperio y persuadido de nuevo por el obispo Eusebio, busco formas para condenarlo al exilio, sin embargo este logra escapar hacia Costantinopla, el estira y encoge de Constantino entre su postura con arrianos y ortodoxos es más inconsistente en esos, con lo mismo se convoca a un concilio en el 336 en Jerusalén donde Arrio junto con los suyos serían finalmente rehabilitados a sus puestos. sin embargo Arrio fallecería camino a Constantinopla en ese año, y posteriormente el emperador un año más tarde en el 337. mientras Atanasio se encontraría entre el exilio y la re-instalación en su sede de Alejandria hasta que el joven emperador Constantino II le permitiría volver a de forma permanente, dicha acción también pretendió poner en apuros a su hermano Constancio II, gobernador del Imperio Oriental y partidario del arrianismo.
El arrianismo continuó existiendo durante varias décadas, aunque el aparente resurgimiento del arrianismo después de Nicea fue, más bien, una reacción anti-nicena explotada por los simpatizantes de los arrianos que algo propiamente arriano. A finales del siglo IV, se había derrotado todo resto de arrianismo en el seno de la jerarquía oficial de la iglesia romana, que era trinitaria. En la Europa Occidental, el arrianismo, que había sido predicado por Ulfilas, un misionero arriano entre las tribus germánicas, era dominante entre godos y vándalos (y más tarde, fue significativo entre los lombardos); pero dejó de ser una creencia mayoritaria en estas tribus en el siglo VIII, a medida que los reyes de esos pueblos fueron adoptando gradualmente el catolicismo. Este proceso empezó con Clodoveo I rey de los francos en 496, si bien él no era arriano, sino pagano, siguió con Recaredo I de los visigodos en 587 y culminó con Ariberto I de los lombardos en 653.