sábado, 13 de enero de 2018

EL MUNDO EN QUE SE GESTAN LAS CRUZADAS

José Enrique Ruiz-Doménec.
Pasado el año mil, tras comprobarse que los terrores del milenio habían sido infundados y no se había acabado el mundo, unas asambleas de obispos en el sur de Europa proclamaron la “paz de Dios” como el bien superior de la sociedad. Se enfrentaron así con la nobleza feudal y sobre todo con sus hombres de confianza, los caballeros, que habían hecho de la guerra una razón de vida. El conflicto moral se convirtió pronto en un litigio político. La situación se agravó con la reforma de la iglesia auspiciada por el papa Gregorio VII, “la reforma gregoriana”, que motivó un duro enfrentamiento entre el poder secular representado en la figura del emperador Enrique IV y el poder eclesiástico representado por el propio papa que dio origen al suceso de Canossa donde el primero se sometió a la autoridad del segundo. En ese ambiente se buscó un ideal que permitiera conjugar los intereses de la nobleza y de la iglesia, y ese ideal fue la cruzada, donde la iglesia santificaba la guerra como forma de vida siempre y cuando se hiciera al servicio de la fe. Así, los caballeros matamoros tipo Roldán, el héroe de los cantares de gesta que llevan su nombre, se convirtieron en caballeros de Cristo, “milites Christi”, abrazando la cruz y comenzando la larga empresa de la conquista de Tierra Santa.

LA PRIMERA CRUZADA COMO ARQUETIPO
Carlos de Ayala.

La cruzada es un fenómeno popularmente atractivo. Es mucho lo que se escribe de ella, y más aún lo que se habla. Con esta exposición únicamente pretendemos centrar el tema del significado de la cruzada por excelencia, la que hemos llamado primera cruzada, el referente sobre el que se fueron midiendo todas las demás. Siendo así, es esta primera experiencia cruzada la que nos permite acercarnos mejor a la riqueza de conceptos y realidades que se esconden detrás de ella. Y para conseguirlo, vamos a intentar conocer lo mejor posible las intenciones y comprensión del fenómeno que tuvieron sus propios protagonistas. En este sentido, el discurso papal de Clermont –en el que por cierto nunca se pronunció la palabra ‘cruzada’, sencillamente porque nacerá mucho después de la toma de Jerusalén- nos ofrece las claves fundamentales.

SALADINO Y LA CONQUISTA DE JERUSALÉN
Mercedes García-Arenal.

El personaje de Salah al-Din Yusuf, oficial kurdo al servicio del sultán de Siria Nur al-Din, y luego al servicio de los sultanes Fatimíes de El Cairo, se hizo amo de Egipto, luego de Damasco y Alepo hasta conquistar Jerusalen en 1187 y fundar el Imperio Ayyubí. Personaje objeto de controversia en su tiempo, acabó convirtiéndose para la posteridad en un heroe del Islam. Para sus adversarios, los Francos de Oriente, suscitó una gran curiosidad: en las fuentes del siglo XII fue al comienzo representado como un aventurero sin escrúpulos especialmente por su ausencia de fidelidad a sus soberanos, y por los golpes militares que asestó a los cruzados. Pero son poco a poco los rasgos caballerescos, parte de un ethos común a musulmanes y cristianos, los que acaban predominando y los que se resaltan en las fuentes cristianas del siglo XIII, posteriores a la cruzada, que lo exaltan e incluso le atribuyen la aspiración a una muerte cristiana. En cuanto a las fuentes árabes, en las del siglo XIII se le presenta como el príncipe ideal capaz de establecer un poder unificado, campeón del Islam y vencedor de los Francos. Pero es a comienzos del siglo XX cuando Saladino se ha convertido en el héroe de causas islámicas contemporáneas. En esta charla se pretende hacer un repaso histórico de la figura de Saladino y al tiempo examinar las características míticas (aunque de distinto signo) que ha alcanzado tanto en Occidente como en Oriente Medio.

RICARDO CORAZÓN DE LEÓN Y LA TERCERA CRUZADA
José Luis Corral.

Ricardo I, rey de Inglaterra, es uno de los personajes más controvertidos de la Edad Media. Príncipe, caballero, trovador, amante, rey y héroe, se convirtió en protagonista de las más atractivas leyendas y gestas literarias del Medievo. Ricardo I, más conocido como "Corazón de León", ha pasado al imaginario colectivo de Europa como un héroe mítico, un rey fabuloso que abandonó su reino para luchar en las Cruzadas y al que regresó para recuperarlo ante la ambición de su hermano Juan sin Tierra. ¿Pero cómo fue realmente Ricardo Corazón de León?: ¿el rey caballeresco y noble, de recia personalidad y profundas convicciones, que dibuja la leyenda, o el monarca fútil, mediocre, inane y veleidoso que presentan algunos libros de historia? ¿Y cuál fue su papel en la Tercera Cruzada y su relación con Saladino, el paladín del Islam?
A pesar de los claroscuros de su biografía, la historiografía y, sobre todo, la literatura lo han encumbrado como a pocos soberanos, y la mayoría de los cronistas e historiadores nacionalistas ingleses lo han convertido en uno de los grandes mitos del país, presentándolo como el rey valiente que se enfrentó a los musulmanes en Tierra Santa y el monarca justo que acabó con el "dominio extranjero" de los normandos para recuperar la "autenticidad nacional" de los anglosajones, es decir, el rey inglés por excelencia, el heredero moral del legendario Arturo de Bretaña.

EL LEGADO DE LAS CRUZADAS
Franco Cardini.

Los estudios más recientes, realizados a partir del célebre resumen histórico-sociológico de Alphonse Dupront, obligan a repensar la historia de las cruzadas saliendo definitivamente del esquema inaugurado por Michaud a principios del siglo XIX y librándonos del malentendido sobre el debate entre las tesis institucionalistas (que distinguen las cruzadas mediante una numeración canónica, respaldada por una tradición historiográfica de los siglos XIV y XV y, de una forma determinista, precedida por “precruzadas” y sucedida por “poscruzadas”), las evolucionistas-continuistas (la “cruzada eterna” como enfrentamiento entre Oriente y Occidente) y las “de emergencia” al estilo de Paul Alphandéry (la cruzada que salía “armada hasta los dientes, como Atenea de la cabeza de Zeus”, de la reforma eclesiástica del siglo XI).
Para reconsiderar y redefinir el fenómeno de la cruzada más allá de cada una de las “expediciones cruzadas”, es necesario, por una parte, tener en cuenta la formalización canónica pontificia del concepto de cruzada, pero, por otra, hay que abandonar la adhesión perjudicial a un esquema que toma como modelo los itinera hierosolymitana de los siglos XI-XIII y llevar a cabo una revisión exenta de la tentación de normalizaciones formales (por ejemplo, la que ha hecho que las cruzadas se consideren durante mucho tiempo “desviaciones” contra los cátaros o contra los paganos bálticos), que abarque un ámbito geopolítico euromediterráneo más amplio que aquel al que nos ha acostumbrado la historiografía, y que tenga en cuenta la longue durée braudeliana. Por todo ello es necesario releer las experiencias paralelas y a menudo entrelazadas de la cruzada en Siria-Palestina y los acontecimientos de la así llamada Reconquista, y recuperar para la historia de las cruzadas también las dinámicas modernas de la conquista de ultramar y de las guerras contra los otomanos.