viernes, 5 de enero de 2018

EL BASILISCO DE SCHÖNLATERNGASSE

Corría el año 1212, cuando la criada de un panadero vienés fue a sacar agua al pozo de la calle Schönlaterngasse. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando vio brillar algo en el interior del propio pozo mientras notó que subía un hedor repugnante. Inmediatamente fue a dar la voz de alarma. 
Un puñado de hombres, bajaron con cuerdas al oficinal del panadero, que comenzó a gritar ante una visión espantosa. Y contó que había visto una bestia horrible, del tamaño de un gallo, pero con cola de serpiente, los pies toscos y enromes, unos ojos candentes como centellas y una coronilla que destellaba sobre su cabeza. 

Por suerte, entre los presente se hallaba un sabio, que describió al animal como un basilisco. El resultado del huevo de un gallo incubado por un sapo. Efectivamente su aliento era tóxico. Tan terrible era aquél engendro que sólo era posible matarlo a través de un espejo. Probablemente porque en el momento en que el basilisco viera su imagen reflejada estallaría de furor ante semejante fealdad.
Entonces, el valiente muchacho se ofreció para volver a bajar con un gran espejo de metal. Entonces ocurrió lo que el sabio había pronosticado. El animal rugió con fuerza para explotar en un segundo. A continuación llenaron el pozo con piedras y arena.
Después se colocó una placa en la fachada de la casa en cuyo patio tuvo lugar semejante historia, donde se relata la aventura y hasta se incluye una figura de piedra del basilisco con espejo y todo.