lunes, 23 de octubre de 2017

PROCESSUS TEMPLARIOS CONCLUSION

CONCLUSION
De todo lo dicho parece deducirse, que aunque todos los Templarios en general fueron acusados de delitos enormes e increíbles, el Papa en el concilio de Viena, lejos de apoyar la extinción de la Orden en estos crímenes, declaró que no podía fundarla en los procesos. Sin embargo S.S. tendría para determinarla causas sin duda poderosas y justas. A primera vista parece que las acusaciones de que les hacían cargo eran absurdas, siendo difícil concebir que todos los individuos de una milicia religiosa fuesen a la vez ateos y hechiceros, que profanasen la imagen de Jesús crucificado, y que adorasen una cabeza de madera con una gran barba, con otras cosas tanto o más ridículas y criminales que estas.
Las confesiones que les arrancaron en la tortura, no probarían otra cosa sino lo bárbaro que era el uso de la cuestión. El procurador general de la Orden, el hermano Pedro de Bolonia hizo presente en diferentes peticiones y memoriales, que no era verosímil que los Templarios renegasen de la religión en que habían nacido, para adorar a un ídolo, en especial no obligándoles a ello ningún motivo de interés; aun, decía, era más increíble, que los que se presentasen para entrar en la Orden, no se horrorizaran al presenciar tan abominables misterios y no los revelasen.
Hizo también presente que Felipe el Hermoso había prometido por escrito la libertad, la vida y buenas recompensas pecuniarias a los caballeros que voluntariamente se reconociesen culpados, y que a aquellos que no cedieron a las promesas, ni se asustaron de las amenazas se les hizo padecer crueles tormentos. Añadía que quedaba justificado que habiendo caído enfermos muchos Templarios en las cárceles, protestaron una y mil veces a la hora de su muerte, con señales indudables del más vivo y sincero arrepentimiento, que eran falsas las declaraciones que les habían exigido, y que solo las habían hecho para libertarse del cruel trato que se les daba; que ninguno de los Templarios presos en los demás reinos católicos, fuera de los estados en donde mandaba Felipe el Hermoso, habían declarado las abominaciones que en Francia se les imputaban, en donde concluía, ya de antemano se había resuelto y preparado el perderlos con cuantos medios pudo inventar la fuerza y el engaño.
Hablando un historiador francés de este suceso dice: jamás creeré que un gran Maestre y tantos caballeros, entre los cuales había algunos príncipes, todos ellos dignos del mayor respeto por su edad y grandes servicios, fuesen reos y fautores de los absurdos y abominables delitos que les imputaban. No es posible que yo conciba que una Orden entera de religiosos, renegase en Europa de la religión cristiana, por la cual combatía y derramaba su sangre en Asía y África, habiendo aun muchos de sus caballeros que gemían en duro cautiverio en poder de los turcos y Árabes, prefiriendo más bien morir en aquellas mazmorras que renegar de su religión.
Últimamente, añade, es difícil e imposible que deje de creer a más de ochenta caballeros que al morir ponen a Dios por testigo de su inocencia. Millot, también francés, dice: que había fuertes razones para extinguir una Orden que se había hecho inútil a la Iglesia, gravosa al público, peligrosa por su mucho poder y sus escándalos. Pero, cuanto más justa era la causa en sí, continua este escritor, tanto más sorprende el modo como se hizo.
El presidente Henault, hablando de este suceso dice: que fue horroroso, ya apareciesen ciertos los delitos, ya fuesen supuestos. Sus mayores crímenes fueron sin duda sus riquezas, su poder, una especie de independencia de todo gobierno, y algunas sediciones que habían excitado en Francia, con motivo de haber Felipe aumentado el valor nominal de la moneda, al mismo tiempo que disminuyó el intrínseco, mal aconsejado de Estevan Barbete superintendente de las casa de moneda, y hombre malvado, según nos lo pintan los escritores franceses; en cuya alteración de moneda habían, los Templarios perdió sumas considerables.
Se les acusaba también de haber facilitado dinero a Bonifacio VIII cuando sus contestaciones con Felipe el Hermoso; y todos los historiadores conviven en que este monarca era implacable en sus venganzas. Feijoó acusa a este príncipe de muy avariento y de conciencia estragada; y el cardenal Baronio le llama impío A rege importuno, pariter ae impío (Inconveniente Rey, así como su puño).
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