lunes, 30 de octubre de 2017

LAS VIRGENES NEGRAS III


Una negra soy, pero grata a la vista, oh hijas de Jerusalén,
como las tiendas de Quedar,
como las telas de tienda de Salomón.
No me miren porque soy morena,
porque el sol ha alcanzado a verme.
Cantar de los Cantares 1,5
En diversos países católicos, la figura de la Madre de Dios, la Virgen María, ha llegado a superar en fervor a Jesucristo e incluso al mismísimo Dios Padre. Sería un claro ejemplo México y su Virgen de Guadalupe, algunas zonas de España e Italia y otros países latinos. Esta devoción a la Madre de Dios, la Gran Madre, tiene lógicamente unas raíces que profundizan en los primeros cultos prehistóricos a las Diosas Máter que se extendieron por casi todos los países del Mediterráneo y zonas cercanas. Son muchas las religiones antiguas que tuvieron un fuerte contenido matriarcal, siempre con al Diosa como fuente de fecundidad.
El cristianismo como religión, tiene una profunda herencia de cultos y creencias que se remonta a la antigua religión practicada por los habitantes del Egipto faraónico. Lo que inmediatamente nos lleva a una de sus principales divinidades: La diosa Isis, madre de Horus, y esposa de Osiris. También llamada la Diosa de la Maternidad y de los nacimientos. El Imperio Romano, bastante permisivo en cuanto a la adopción de las divinidades de los pueblos conquistados, vio entre todas las diosas máter de sus territorios, a Isis cómo la más poderosa y apreciada, por lo que, en poco tiempo se extendió su culto por diferentes provincias del Imperio, incluida Hispania. Dónde existieron templos dedicados a dicha divinidad en las actuales localidades de: Tarragona, Astorga, León, Guadix, Mérida. Cádiz, Cabra, entre otras menos conocidas. Con la llegada oficial del cristianismo en el siglo IV y su status de “religión del Imperio” la gran cantidad de santuarios dedicados a la divinidad egipcia fueron en su mayoría convertidos en santuario marianos.
El culto a las vírgenes negras aparece en el mundo cristiano durante la etapa del medievo, en torno a los siglos XI y XIII. En realidad, no es más que la adaptación a los cánones del cristianismo del culto egipcio a la diosa madre Isis como símbolo de la tierra y la fertilidad -cuyo antecedente lo encontramos en las Venus del paleolítico-, tal y como hicieran en su momento los griegos con Démeter, los celtas con Belisana o los romanos con Ceres. Se tiene constancia también del culto pagano a Diana-Artemisa en Éfeso -ciudad de Asia Menor situada en la actual Turquía- como diosa negra de la tierra, siendo venerada en un templo octogonal concebido como santuario donde habitaba el espíritu de la deidad. Muchos de los recintos donde reciben culto estas vírgenes negras están cargados de gran fuerza telúrica y fueron antaño lugares donde se practicaban rituales iniciáticos, algunos de carácter secreto.
En el caso de las vírgenes de color negro, en la mayoría de casos (hay algunas excepciones) coincide con dos grandes acontecimientos para el mediévo europeo: El comienzo del impresionante y hermético arte gótico, y la fundación de la Orden de los Caballeros Templarios. Junto con los templarios y los cistercienses -comunidades religiosas que contribuyeron decisivamente a la consolidación, entre los siglos XI y XII, del culto público a la Virgen María como entidad independiente de Jesús-, la Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, fundada en el siglo XII bajo el patrocinio de San Antonio Abad, fue una de las principales congregaciones propagadoras de la devoción a las vírgenes negras.
La tradición cuenta que el eremita San Antón veneraba en su Egipto natal a una Isis del periodo alejandrino como si de una imagen de la Virgen María se tratase, y que, al ser traída dicha efigie a Europa, comenzó en el viejo continente el culto a tan sugestivos iconos marianos. Ello debe tener cierto fundamento si tenemos en cuenta que la Isis egipcia fue venerada en varios puntos de Francia como una madonna cristiana, caso de la propia capital París, cuyo nombre se debe a los parisii, adoradores del popular mito egipcio.
Las vírgenes negras aparecen mencionadas en el Cantar de los Cantares: "nigra sum sed formonsa filiae Hierusalem sicut tabernacula Cedar sicut pelles Salomonis". Precisamente, la Orden del Temple, autorizada en el año 1118, tuvo su primera residencia en las ruinas del templo de Salomón, una construcción octogonal cedida por el rey Balduino de Jerusalén, el mismo monarca que dió carta blanca a la congregación.
SIMBOLISMO
Los templarios fueron grandes difusores de esta iconografía, y en varios de sus recintos sagrados se celebraban romerías en las que los asistentes se imbuían de la energía universal allí manifestada a través de la Madre-Tierra, personificada en la imagen de la virgen negra que presidía los cultos.
Existe una curiosa leyenda que no podemos dejar pasar por alto. Al sur de Egipto, en la región llamada Nubia y en las cercanías de Asuán, existe una isla situada en el centro del Nilo denominada hoy Isla de Philae (“Isla del tiempo de Ra” para los antiguos egipcios). En esta isla se erige un templo dedicado a la diosa Isis (o Hathor) y era, en tiempos de las cruzadas, el único emplazamiento en donde se seguían realizando los antiguos cultos de los tiempos del Egipto faraónico. Cuenta la leyenda que Caballeros Templarios navegaron el Nilo en una de sus incursiones por el país alcanzaron esta isla. Seducidos por la hermosura del lugar, por la paz y la espiritualidad que emanaba, y por la belleza del culto a la antigua diosa, se sintieron tan atraídos por él que lo adoptaron y lo adaptaron a sus propias creencias.
La mayoría de las vírgenes negras muestran unos rasgos morfológicos comunes: semblante hierático, rasgos orientalizantes aunque nunca negroides, mirada esotérica que cautiva a quien la contempla y actitud pasiva ante el espectador. Su disposición suele variar en función de su época de ejecución; así, las románicas se hallan sedentes, y la mayoría de las góticas de pie, sin que en ellas se refleje el naturalismo propio de otras efigies coetáneas de María. Varias se hallan labradas en madera o piedra negra, mientras que otras han sido pintadas de negro (en algunos casos, ello no se hacía con el Niño al considerarse un color impropio para representar al Hijo de Dios), incluso las hay que en su origen lucían pintura negra que luego fue eliminada para convertirlas en vírgenes blancas. La Isis egipcia es el símbolo de la tierra negra y fértil de las orillas del Nilo, donde tras la bajada de las aguas los limos fecundos ennegrecen las tierras y las transforman en aptas para la siembra. Es por tanto la semilla de vida que, al igual que los egipcios, la antigua humanidad asociaba a la Gran Diosa.
VIRGENES NEGRAS Y TEMPLARIOS
Desde la instauración del Temple empezaron a proliferar imágenes de vírgenes negras, como evocación a la ancestral diosa madre-tierra Isis. La Iglesia ha tratado de ignorarlas con excusas o simplemente pintándolas de blanco. Es muy probable que en Tierra Santa con el paso del tiempo algunos caballeros musulmanes pasaron a engrosar las filas de la Orden del Temple, así como los propios templarios profundizaban en el conocimiento del Islam, entrando en contacto con sociedades herméticas, hebreas, gnósticas y sufís, absorbiendo lentamente parte de su bagaje cultural y místico. También encontramos en el Temple europeo indicios de que tenían un gran conocimiento de las mitología nórdica, celta e indoeuropea, con lo que cobra fuerza la hipótesis de que la Orden del Temple pudo haber soñado con retornar a religión única, armonizando creencias antiguas, orientales y occidentales, lo que la alejaba del catolicismo imperante en la Iglesia romana. El problema que se encontraron los Templarios en Europa era que el retorno al antiguo credo de la tierra, la adoración de una deidad pagana, podría traerles graves problemas en el seno de la férrea Iglesia Católica. Suponía una herejía, por lo que se enfrentaban a graves sanciones y penas en caso de ser descubiertos.
Esto obligó a los miembros del Temple a ser muy ingeniosos. Bajo un culto predominantemente masculino, y sabedores de que el culto a la Diosa Madre significaría sin duda una herejía, lo lógico hubiese sido equiparar a esta con la Virgen María, la “Reina del Cielo”, como la llamaba San Bernardo y como aparece en el Antiguo Testamento refiriéndose a Astarté, la equivalente fenicia de Isis. Pero en vez de eso, los Caballeros del Temple decidieron inventar la figura de “Nuestra Señora” y camuflar a la diosa madre bajo la imagen de una “virgen negra”, asociando esta imagen a la María Magdalena del cristianismo, a la que curiosamente los evangelios del siglo I y los apócrifos reservan un papel mucho más importante que a la madre de Jesús. Esto representa un enigma. ¿Por qué se asocia la Diosa Madre a la Magdalena, si precisamente la maternidad es lo último que se relaciona con ella? Esta apariencia se ha mantenido hasta nuestros días y su culto se halla aún vigente bajo distintos “Nuestra Señora” en muchos lugares de la geografía europea, como en Notre Dame de París. De esta forma, los Templarios consiguieron llevar adelante su culto y engañar a la Iglesia Católica, incapaz de descubrir el sutil engaño. Esto, claro está, es lo que dice la leyenda.
De hecho, podemos encontrar en los enclaves donde se encuentra una virgen negra continuas evocaciones a María de Magdalena, lo que probaría que los templarios aspiraban a retornar a una antiquísima tradición que unificase a todos los hombres, como en los tiempos de la antigua humanidad. Otra teoría dice que las vírgenes negras fueron utilizadas por el Temple para difundir el culto a la Magdalena, que para ellos sería la madre del linaje de Jesús. Este, por tanto, habría tenido descendencia, y la misión de la Orden sería encontrarla, ya que para los Templarios, un descendiente directo de Jesús de Nazaret, sería el heredero real del trono de Jerusalén. Los defensores de esta teoría argumentan que los reyes merovingios eran los descendientes sanguíneos de la pareja, y que en los Evangelios se habla de los hermanos de Jesús (Marcos, Mateo 13.55-56 y Lucas 8.19-21). Defienden que el Jesús histórico no tuvo nada que ver con el divino, y que al igual que tuvo hermanos, también habría podido tener hijos.
Fueron también frecuentes las vírgenes negras en los lugares y caminos de peregrinación. La orden hospitalaria de San Antón, que hemos señalado con anterioridad, se estableció en el Camino de Santiago con el fin de auxiliar a los caminantes enfermos, de ahí que se extendiera notablemente la devoción a través del señero centro de peregrinaje.
Respecto al motivo de la piel negra de María en estos simulacros, son dos las hipótesis más aceptadas: la que establece que el negro es el color de la tierra que, fecundada por el sol, es fuente de toda vida -equiparable a la maternidad de la Virgen según la religión cristiana, por obra y gracia del Espíritu Santo-, y la que afirma que el negro era el color de las piedras a las que reemplazaron en el culto dichos iconos marianos. La adoración a la piedra negra, activa aún en el mundo islámico, era en muchos casos para pedir fertilidad física y espiritual.
Madre y Materia, Esposa e Hija, Tierra fecunda que nos sostiene y alimenta, Mar donde sumergirnos y refrescarnos del siglo, Aire vital que nos respira mientras lo respiramos. Anat, Isis, Innana, Astarte y Maria, Reina del Cielo. Ojalá encontremos a la verdadera Virgen, negra y pura, profunda y sagrada