jueves, 19 de octubre de 2017

EXTINCION SOLEMNE DE LA ORDEN


Referidos ya con toda exactitud y el laconismo posible los procedimientos que sucesivamente se siguieron en la mayor parte de los pueblos de la cristiandad en las causas que se formaron a los templarios, retrogradáremos al concilio de Viena, en el cual el Papa extinguió enteramente la orden.
La santidad de Clemente V congregó un concilio, el XV general o ecuménico para el día 1 de octubre del año 1310, expedir para ello unas letras de convocatoria en Poitiers a 10 de agosto del año de 1308 en el tercero de su pontificado, los cuales empiezan Regnans in coelis, etc. La reunión de dicho concilio que había de tenerse en Viena, ciudad libre entre Francia y Suiza, se prologa hasta otro día 1 de octubre del año siguiente de 1311 y fueron invitados a asistir a él personalmente, permitiéndoselo la situación de cada uno, entre otros reyes don Jaime II de Aragón, don Fernando IV de Castilla y de León, don Jaime rey de Mallorca, don Dionisio de Portugal, Eduardo II de Inglaterra, don Luis Hutin rey de Navarra, hijo que era de Felipe el Hermoso de Francia, y este mismo monarca.
No obstante esta invitación, solo se presentaron al concilio los reyes Felipe Hermoso IV de Francia y su hijo, Eduardo II de Inglaterra y Jaime II de Aragón. A más asistieron también, como dice el P. Flores, los patriarcas de Alejandría y Antioquia, trescientos obispos y un crecido número de prelados inferiores y oradores de príncipes. De la Península asistieron los arzobispos de Toledo, Tarragona, Sevilla, Zaragoza, Valencia, Santiago y Lisboa; y los obispos de Cartagena, Palencia, Burgos, Gerona, Salamanca, León, Braga, Oporto, Coímbra y Tuy, junto con los maestres de la orden de caballería de Santiago y el comendador de la orden de Calatrava de la diócesis de Toledo, según resulta de los fragmentos de las actas de dicho concilio de Viena.
Reunido este, se tuvo la primera sesión el día 16 de octubre de 1311 sábado antes de la fiesta de San Lucas, como dice el obispo Bernardo Guido en la cuarta vida que escribió de Clemente V, y reunidos todos los padres del concilio, el Papa, que se hallaba presente y le presidia, propuso las tres principales causas de su convocación, a saber: la de los templarios, el socorro de la Tierra Santa, y la reforma de las costumbres y disciplina eclesiástica; sin haberse tratado la menor cosa de la causa de Bonifacio VIII como equivocadamente dijeron algunos autores.
Después de la primera sesión se tuvieron varias conferencias entre el Papa y los padres del concilio acerca la extinción de la orden de los templarios, y todos en general, a excepción de tres obispos franceses y otro de otra nación, convinieron en que antes de proceder según derecho contra ellos, se les había de dar tiempo para que se defendiesen y fuesen oídos en justicia.
Continuaron las conferencias por tres o cuatro meses seguidos, examinando los autos de los concilios provinciales que se habían remitido a Viena; pero sin adelantarse nada contra los templarios, pues los padres del concilio convenían en que por grandes y justas que fuesen las causas para la extinción, seria proceder contra el derecho divino y natural condenar a toda la Orden sin oír a sus individuos.
En medio de esta incertitud se presentó Felipe el Hermoso rey de Francia, principal acusador de los templarios, y a pocos días de su llegada, es decir el 22 de marzo de 1312, miércoles de la Semana Santa, se celebró un consistorio secreto, en el cual S.S. en presencia de muchos cardenales y prelados anuló del todo la Orden por vía de providencia y no de condenación, reservando a su disposición y al de la Iglesia las personas y bienes de la misma Orden, como refiere el mismo Guido, y resulta de la bula de extinción. En esta, que comienza Vox in exelso audita est, lamentationis fletus et luctus, (Exelsa una voz sea escuchada, llanto y lloro amargo), principia su Santidad ponderando con expresiones tomadas de los profetas, el horror y la amargura con que ha visto la profanación más horrenda en una casa del Señor, que ha de acarrear su abandono y ruina total, y prosigue luego: Desde nuestra promoción al pontificado se nos informó secretamente que el gran Maestre y los religiosos de la orden militar del Templo de Jerusalén, y la misma orden que por su celo en defender la fe católica y la Tierra Santa había merecido singulares privilegios y honores de la Sede romana, habían caído en una apostasía detestable contra Jesucristo nuestro señor en las abominaciones de los idólatras y de los sodomitas, y en otros varios errores
No debían creerse fácilmente tan horrendos crímenes de una Orden aprobada por la Silla apostólica, cuyos individuos solían ser los primeros en exponerse a los mayores peligros y derramar la sangre por la fe; pero el rey de Francia había tomado muchas informaciones sobre estos excesos y los envió a la Sede apostólica, en lo que dice Clemente V no procedía el rey de Francia por avaricia, pues no deseaba apoderarse de los bienes de los templarios de su reino.
Mientras tanto que se iban corroborando tan infames voces contra la Orden, continua el Papa, uno de los caballeros de distinguida nobleza y muy acreditado entre sus hermanos, se nos presentó secretamente y con juramento depuso: que él mismo al tiempo de ser admitido en la Orden, a solicitud del que le admitía y en presencia de varios caballeros negó a Jesucristo y escupió a la cruz en señal de desprecio: que lo mismo vio practicar a instancia del actual gran Maestre a otro caballero al tiempo de ser admitido en presencia de dos cientos o más individuos de la Orden, y que varias veces había oído que en el ingreso eran comunes estos excesos y otros que el pudor no deja referir.
Y desde entonces, añade S.S. los deberes de nuestro ministerio nos obligaron a atender a los clamores contra la Orden de los templarios. Las acusaciones y cargos que se les hacían por el rey de Francia, por muchísimos nobles y clérigos de aquel reino, y por la voz y fama pública, parecían probados por un gran número de confesiones y declaraciones del mismo gran Maestre, del visitador de Francia y de otros muchos caballeros, recibidas por el inquisidor general de aquel reino y otros varios prelados, caballeros y otros religiosos de dicha Orden de singular reputación de dicha Orden de singular reputación. Entonces se les manifestó que estaban en lugar seguro, y que nada habían de temer; y haciéndoles prestar al más solemne juramento de que dirían la verdad, fueron examinados hasta setenta y dos en presencia de muchos cardenales.
Al mismo tiempo deseaba el Papa examinar por sí mismo, como hemos dicho ya, al gran Maestre, al visitador y a los principales preceptores de Francia, lo que no pudo verificar por hallarse algunos de ellos indispuestos, y querer su Santidad excusarles las incomodidades del viaje; pero comisionó, según dijimos, a tres cardenales para que pasasen a interrogarles sobre los delitos atribuidos a la Orden, con facultad de absorber en el caso que resultasen culpables y solicitasen la absolución.
Los cardenales, prosigue Clemente, exigieron de los templarios juramento solemne de que dirían la verdad.
Todos confesaron en presencia de cuatro escribanos y otras personas respetables, que era común la práctica de negar a Cristo y despreciar la cruz al entrar en la Orden, hablando también algunos de horrendas deshonestidades; todos ratificaron las confesiones que habían hecho delante del inquisidor de Francia, abjuraron la herejía con muchas lagrimas, y recibieron arrodillados la absolución. Pero considerando, continua el Papa, que tan detestables crímenes no debían quedar impunes, dimos comisión a los ordinarios y a otras personas para que recibiesen informaciones sobre lo que resultase contra la Orden, en cuya consecuencia se nos remitieron muchos documentos.
En este estado, habiéndose dado principio al concilio de Viena, se nombró una numerosa diputación en que había algunos patriarcas, arzobispo, obispos, abades y otros prelados y procuradores de Iglesias de todas lenguas y naciones de la cristiandad para tratar con Nos dé tan grave asunto.
Tuvieron varias juntas, vieron sé todos los documentos, y en atención a que varios templarios, se ofrecieron a defender la Orden, propusimos que se votase en secreto si debía oírseles, o sin esto podía pasarse adelante. La mayor parte de los cardenales y casi todo el concilio, esto es, casi todos los vocales de la diputación, votaron que en fuerza de los procesos hechos hasta ahora no puede la Orden ser condenada por los crímenes de que se les acusa sin grave ofensa de Dios y de la justicia.
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