jueves, 19 de octubre de 2017

CONCLUSIONES SOBRE BAPHOMET


Resulta extraño que tras la ocupación por los oficiales del rey de las casas, encomiendas, capillas, granjas, molinos, etc., de la Orden, tan solo se encontrara una «cabeza»:
la que apareció en la casa central de París, denominada «Temple».
Una bella cabeza de plata dorada, con figura de mujer, parecida a la que el hermano sirviente d’Arteblay pretendía haber visto en los capítulos generales de París, lo que hace que su declaración alcance el rango de extraordinaria en cuanto que es la única que puede que tenga un fundamento real y que ya en su momento dio lugar al interés de la comisión papal, no sólo por lo que significaba de aval para la acusación sino, sobre todo, por los numerosos detalles que proporciona en la misma.
D’Artablay declaró que los jefes habían rendido culto a la «cabeza» y que se le había dicho que correspondía a una de las once mil vírgenes.
La investigación ordenada por los comisarios papales confirmaron la deposición d’Artablay pues dentro de la cabeza se encontraron los huesos de, al parecer, una mujer joven y una tarjeta en la que estaba escrito: Caput LIII.
Esta circunstancia nos lleva a pensar que, efectivamente, se trataba de la cabeza que había visto Guillermo d’Arteblay, aunque dudara al reconocerla. Esta es, pues, la llave del misterio.
La cabeza mágica, la cabeza del diablo, el ídolo al que adoraban los templarios, no era ni más ni menos que un ostensorio, con una reliquia en su interior, expuesto sobre el altar en donde recibía el culto de los hermanos como se hace aún hoy en día con multitud de reliquias en todo el mundo católico.
Lo que explica también las «cabezas» a que se hace referencia en otros lugares. Es posible que la adoración a la «cabeza» de Montpellier, referida por algunos de los detenidos, fuera realmente el culto a una reliquia sin identificar que en algunos casos estaría dentro de un ostensorio de oro o de plata