sábado, 23 de septiembre de 2017

LA MISTERIOSA PIEDRA DEL SOL


La Piedra del Sol, un gigantesco monolito circular de basalto, protagoniza una de las subtramas de la novela LOGIA GALBA. Que aparezcan esculpidos los veinte días del mes azteca apuntan a que es un calendario; al no cumplir con dos premisas fundamentales el monolito ha pasado a ser poco más que un bello vestigio de la cultura mexica.
LOS NÚMEROS 52 Y 260
Para ser un calendario “con todas las de la ley” no es suficiente con los días, de algún modo, el monolito debe documentar los números 52 y 260. Los mexicas pensaban que al cumplirse un período de 52 años el cielo cesaría en su movimiento y se produciría un apocalipsis; además del calendario anual, disponían de otro de 260 a lo largo del cual ejecutaban sus rituales religiosos.
LOS INDICADORES
Los aztecas no tenían semanas, sino “quincanas”; un día por estrella errante descontando la Luna y el Sol. De algún modo, el cinco debía cumplir una función importante en el calendario mexica. Al analizar la Piedra del Sol puse la vista en el círculo de quincucios (representación gráfica de la Música de las Esferas: el cinco de un dado).
La solución al enigma se encontraba bajo los indicadores; la Piedra del Sol era una fotografía en piedra de un singular artefacto.
LOGIA GALBA (extracto). Capítulo 36 (La Sala Mexica).
‒Aquí tiene una representación de los Siete Discos de Oro que busca ‒dijo convencida‒; al menos, eso creo yo.
Se quedó pasmado al comprobar el gigantesco monolito circular.
‒Se la conoce como Piedra del Sol; es de basalto, pesa veinticuatro toneladas y su diámetro ronda los trescientos sesenta centímetros.
‒He oído hablar de ella ‒admitía el periodista‒; un calendario.
‒Es la creencia más extendida; nosotros explicamos que es un altar de sacrificios ‒objetaba la directora del museo‒; esculpido para conmemorar las cuatro edades del mundo. Los mexicas denominaron la edad actual Cuarto Sol; pensaban que finalizaría como las tres anteriores, entre horribles cataclismos provocados por los dioses. Dividieron la historia de la humanidad en cuatro soles o edades. La primera fue extinguida por el Agua, la segunda por la Tierra, la tercera por el Aire y la actual debería serlo por el Fuego.
‒Así que esperaban un apocalipsis ‒resumía Lankop.
‒Sí y no. Aguardaban la llegada de una nueva era en la que el Quinto Elemento, el Espíritu del Sol, inundaría de paz al mundo y la humanidad dejaría de padecer calamidades.
‒¿Determinaron alguna fecha en concreto?
‒Sí.
‒¿Cuál? ‒preguntó el director del New York Times sumamente interesado.
‒Hablaremos de eso en la biblioteca ‒propuso ella‒; si no le importa ‒añadía tratando de ser amable.
Lankop asintió y extrajo el paquete de tabaco con la intención de encender un pitillo.
‒Lo siento ‒Guadalupe sonrió para que sus palabras no sonaran descorteses‒; no está permitido fumar.
‒¡Claro, claro! Discúlpeme, son los nervios; tengo que dejar esta maldita adicción.
La directora tomó del pedestal un largo puntero y señaló nueve zonas sin llegar a tocarlas.
‒Vamos con los indicadores ‒dijo con determinación‒. Son nueve ‒y los fue señalando uno a uno‒; el de Tonatiuh y éstos dispuestos en forma de Rosa de los Vientos de ocho rumbos.
Indicó el centro de la Piedra del Sol.
‒Tonatiuh, el Quinto Sol por llegar; su círculo representaría las edades del mundo.
‒Dejemos las tesis oficiales ‒propuso Lankop‒; dígame qué opina usted al respecto.
‒Que es un quincucio formado por los cinco elementos que dan vida al Sistema Solar ‒obedeció‒. En sentido contrario a las agujas del reloj: Ehecatl, el Aire; Quiauh, el Fuego; Atonatiuh, el Agua; Ocelotl, la Tierra; y el punto central Tonatiuh, el Quinto Elemento, el Espíritu del Sol.
Señaló un segundo círculo con el puntero.
‒Aquí aparecen representados los veinte días del mes azteca. Dividían el año en dieciocho meses, trescientos sesenta días en total; a los cinco restantes los denominaban días baldíos; también tenían su año bisiesto.
‒Los grados en que está dividido el círculo ‒resolvía Nicholas acercándose a la piedra admirado por su tamaño‒. Plutarco explica que el año egipcio tenía trescientos sesenta días, más cinco llamados epagómenos en los que celebraban el nacimiento de Isis, Osiris, Horus, Tifón y Neftis.
Ella esperó en silencio a que se explicara.
[…]
‒Dejemos de momento el tercer, cuarto y quinto círculo y centrémonos en el borde exterior ‒prosiguió‒. Opino que representa una funda; de ser así, bajo ella existiría un sexto círculo formado por los dieciocho meses aztecas, constelaciones a modo de zodíaco ‒explicaba sin titubear‒. El indicador de Tonatiuh señalaría los días y el del norte los meses; cada vez que el primero completase una vuelta el segundo avanzaría al mes siguiente.
Clavó las transparentes pupilas ambarinas en Lankop.
‒Cada mes estaría dividido en veinte sectores, trescientos sesenta en total ‒concretó‒. Los sacerdotes moverían ambos indicadores una vez al día; el primero completaba dieciocho grados de círculo y el segundo sólo uno. Coincidirían cada trescientos sesenta días; celebraban los cinco días baldíos y la noche del doce al trece de febrero, al hacerse visible las Pléyades sobre sus cabezas, vuelta a empezar.
Él atendía en silencio.
‒En esa fecha daba inicio el año azteca; probablemente porque era el momento indicado para la siembra del maíz. Veamos ahora el tercer círculo; éste de aquí ‒propuso señalándolo con el puntero‒. A simple vista pueden contarse cuarenta quincucios, pero en realidad son cincuenta y dos porque los indicadores ocultan tres quincucios cada uno.
‒Parecen más bien flores de cuatro pétalos.
‒Los escultores querrían evitar que los puntos se quebraran al tallarlos. Son quincucios porque los aztecas tenían quincanas ‒defendió Guadalupe con elocuencia‒; semanas de cinco días.
El periodista alzó la ceja izquierda sorprendido.
‒Verá que los indicadores coinciden con círculos distintos gracias a las cuatro franjas en que están divididos; para diferenciarlos, el tercero tendría pintada la franja inferior, la correspondiente al círculo de quincucios, y avanzaría uno al año.
Ella disfrutaba mostrándole una teoría imposible de compartir con sus compañeros de profesión; decidieron que era un altar de sacrificios bellamente labrado y punto.
‒Por tanto ‒continuó‒, los tres indicadores que hemos visto hasta ahora coincidirían en la posición inicial cada cincuenta y dos años.
‒Maravilloso ‒balbuceó Nicholas Lankop.
‒El cuarto círculo está dividido por estas ochenta esferas ‒parecía animada por el comentario‒; tres permanecen ocultas bajo cada indicador sumando un total de ciento cuatro, el doble de cincuenta y dos ‒resolvió‒. El indicador de este círculo avanzaría cada cincuenta y dos años; por tanto, los cuatro indicadores coincidirían cada cinco mil cuatrocientos ocho años constituyendo una Era o Sol.
Se encogió de hombros.
‒No es necesario continuar con los demás círculos; las cifras resultantes se nos van de las manos ‒dijo cariacontecida.
‒Siete círculos y nueve indicadores ‒objetó él comprobando que no le salían las cuentas.
‒Otro correspondería al círculo de cincuenta y dos quincucios, que además de años representan esas quincanas a las que acabo de referirme; cinco posiciones en cada quincucio. Si multiplicamos cincuenta y dos por cinco obtenemos doscientos sesenta días, coincidentes con otro calendario azteca de predicciones.
IMAGEN.- Porfirio Díaz junto a la Piedra del Sol. Museo Nacional de Antropología (México)