lunes, 9 de abril de 2018

ÓRDENES MILITARES Y BATALLAS PERDIDAS (III)


ÓRDENES MILITARES Y BATALLAS PERDIDAS
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3ª // TERCERA ENTREGA Y CONCLUSIONES
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Autor: Feliciano Novoa Portela
Biblioteca Nacional


LOS ERRORES Y LAS CAUSAS

La síntesis que acabamos de hacer de los relatos cronísticos nos permiten, hasta cierto punto, identificar los factores que provocaron los desastres bélicos y examinar sus causas, que fueron varias y muy diferentes: desde aquellas relacionadas con una ausencia clara de precauciones, de cautela dirían algunos autores, hasta la propia personalidad de los comandantes de las tropas, sus “motivaciones humanas” y su “natural”, en algún caso, incapacidad militar.
En los dos primeros casos, las celadas de Sevilla y Moclín, las Órdenes Militares formaban parte de ejércitos dirigidos por el Rey y su misión, además del combate directo, tenía en ambos casos un componente logístico de protección del ganado y de los forrajeadores que algunos especialistas piensan que los freires asumían con cierta frecuencia y especialización.
Las Crónicas nos dicen igualmente que, en los dos desastres, los freires caballeros estaban acompañados por combatientes que, o bien, mantenían con ellas diferentes relaciones, orgánicas o no, escuderos o peones sobre todo, o bien pertenecían a huestes de concejos o de otros nobles, como en el caso de Moclín en que, según la Crónica, las tropas de la Orden de Santiago estaban acompañados por una gran companna de concejos que fuesen con ellos aguardar los erueros y por los hombres del abad de Valladolid, Gil Gómez de Villalobos, y de Ferrant Enriquez.
También en las dos ocasiones, las tropas de las milicias estaban dirigidas por su más altas autoridades, prior del Hospital y maestre de Santiago, que estamos seguros conocían “las máximas” contenidas en la literatura militar de la época que advertían reiteradamente de no caer en la conocida táctica del tornafuye –de ataque y retirada utilizada habitualmente por musulmanes y bereberes.
En el primero de los casos, el Prior de San Juan pudo actuar de la forma que lo hizo, sin el menor cuidado en la ejecución de su acción, acuciado por no perder su honra y su pro, lo que le podría suceder después de haber permitido un robo en el Real, del que era responsable, cuando la mayor parte de los caualleros de la hueste eran ydos: dice el profesor García Fitz que los impulsos de la sangre o de la gloria eran malos consejeros para un dirigente militar, lo cual parece que se ajusta exactamente a lo realizado por el prior sanjuanista.


Lo mismo podemos aplicárselo al maestre santiaguista Ruiz Girón. Su arremetida irreflexiva y su, por otro lado, previsible desenlace fueron el producto de una manifiesta e interesada postura personal que posiblemente tuviera su causa en la situación interna de la Orden de Santiago. El Maestre había sustituido al autoritario Pelayo Pérez Correa en el maestrazgo de Santiago y se encontraba sujeto a una oligarquía comendataria que le había nombrado maestre y que exigían la primacía y protagonismo del Capítulo en menoscabo de la propia figura del maestre. Creemos que la necesidad de Ruiz Girón por reafirmarse frente a los comendadores santiaguistas y su propia personalidad, definida eufemísticamente por el cronista como un omne de grant coraçon, explican su precipitada acción que le llevó caer en una celada a pesar de las recomendaciones de su gente mesma y, como ya hemos dicho, de los “manuales” militares de la época que aconsejaban hacer caso omiso a las provocaciones.
Diversos estudios sobre la incompetencia militar han señalado algunos de los factores que la causan e intervienen directa o indirectamente en ella: los problemas psicológicos del comandante de la tropa es uno de ellos, también lo es la creencia en fuerzas místicas y sobre- naturales que conducen a pensar que el acontecer de los acontecimientos está predeterminado por causas que escapan a la realidad y a la razón La presencia de estos dos factores explican, aunque no siempre del todo, la acción y el posterior desastre del maestre alcantarino Martín Yáñez de Barbudo cuya imposible “cruzada” es, sin duda, un compendio de todo lo que no debe hacer un militar en un enfrentamiento armado.
De origen portugués, su presencia en la corte castellana se debió a su participación al lado del rey de Castilla Juan I en la guerra de sucesión portuguesa acaecida entre 1383 y 1385.
La batalla de Aljubarrota provocó la salida de aquellos que habían defendido las reclamaciones de la reina Beatriz al trono de Portugal, uno de los cuales fue Martín Yañez de Barbudo que había sido freire de la Orden de Avís e incluso, si hacemos caso al cronista Rades, clavero de esa misma Orden Ya en Castilla, fue recompensado por los servicios prestados con diferentes cargos en la Corte de Juan I y nombrado maestre de la Orden de Alcántara en una fecha anterior a enero de 1385, pues en esa fecha ya ejercía como tal.
Un detalle de su carácter que nos puede ayudar a comprender su posterior comportamiento es la petición que hace en 1387 al Papa Clemente VII solicitándole autorización para contraer matrimonio, lo que le fue concedido con la condición de renunciar a la dignidad maestral cosa que, al parecer, nunca hizo a pesar de haber tenido descendencia. Pero además de esos datos biográficos, debemos señalar algunas cuestiones de tipo histórico que igualmente pueden ayudar a comprender el extraño comportamiento de maestre portugués. Nos referimos, en concreto, al clima ideológico de claras connotaciones “cruzadistas” que existía en Castilla en estos momentos, fomentado desde áreas próximas al poder que querían poner fin a la larga tregua con Granada y estimulado, espoleado más bien, por algunos clérigos que utilizaban las pasiones y sentimientos apocalípticos de carácter religioso para conseguir sus objetivos, como cuando provocaron una gran violencia contra los judíos de Córdoba, Sevilla y otras ciudades en los famosos sucesos de 1391.
Es en ese contexto en el que Martín Yáñez de Barbudo se lanza a una descabella aventura, cuya justificación y cobertura ideológica le fue “servida” por un eremita de nombre Juan del Sayo o Juan Sago que profetizaba que el maestre alcantarino había de ganar la ciudad de Granada sin muerte ni derramamiento de sangre suya ni de los que fuesen en su compañía y reafirmada por adivinos a los que el Maestre que avía sus imaginaciones qua les él quería era aficionado. 
Desde luego, muchas son las preguntas que nos podemos hacer sobre las verdaderas ambiciones del Maestre, sobre las razones que tuvieron los freires de Alcántara para acompañarlo o las que tuvieron ciertas esferas del poder para permitir, de una u otra forma, su acción, etc.,pero nos vamos a detener en analizar solamente las causas que desde un punto de vista estrictamente militar explican el desgraciado episodio. La primera fue la misma entrada en territorio musulmán que el Maestre hizo con poca cautela y mucha “publicidad” pensando que se encontraba ante un duelo de caballeros cuyas consecuencias serían enormes para vencedores y vencidos. 
En este sentido extraña que el ejército cristiano iniciara su ataque quemando la torre donde se guardaba las requas de los cristianos con la mercadurías quando va a la cibdad de Granada, en un acto que algún historiador ha calificado como un hecho de armas poco glorioso. 
También llama la atención la inexistencia, por parte del Maestre, de cualquier tipo de disposición táctica, teniendo en cuenta además que iba a encontrarse con un ejército mucho más numeroso que el suyo: seguramente pensaba que no era necesario debido a que, como recoge la Crónica, fiaba por Dios y por su sancta Pasión que él mostraría milagro e le daría buena victoria. Otra cuestión de la que no se ocupó el Maestre alcantarino y que tuvo una importancia determinante en su derrota, se refiere a la ausencia de medidas cautelares, sobre todo el no haber establecido una red de descobridores que controlaran –atalayando et descubriendo la tierra– el movimiento del ejército enemigo y evitar así sorpresas, sobre todo cuando la hueste se detenía durante un cierto espacio de tiempo, como en realidad pasó. E fue el Maestre a comer; é estando á la mesa como á medio comer, parecieron los Moros. E segund se puede saber, los Moros que vinieron eran ciento é veinte mil peones é cinco mil de caballo . Por último, debemos señalar como otro de los factores que contribuyeron a la derrota cristiana, el desconocimiento que tenía el Maestre de la realidad fronteriza y también una “natural” incompetencia militar de la que ya había hecho gala durante la entrada que los portugueses habían hecho en octubre de 1385, después de la batalla de Aljubarrota y que se confirmaba en esta acción cuando no fue capaz de impedir que los musulmanes partieran en dos su ejército –los omes de pie de los omes de armas– provocando un rápido y trágico desenlace para las fuerzas cristianas. 
No extraña que la Crónica terminara la narración de este episodio con unas palabras que parecen esconder críticas a las facultades “de todo tipo” del maestre alcantarino: E así se fizo esta cabalgada, que con poca ordenanza se avía comenzado.
También, la incompetencia militar y la falta de sentido común del que hizo gala Gutierre de Sotomayor, creemos que fue la causa principal del desastre de 1435 que acabó con buena parte de la oligarquía comendataria alcantarina en un desfiladero al que le habían conducido, al parecer, unos adalides que guiaban las tropas del Maestre y sobre los que Torres y Tapia descarga la mayor parte de las culpas de la catástrofe.Pero más bien, de la lectura de la Crónica, lo que realmente parece desprenderse es que el Maestre no tuvo en cuentas los dos elementos principales y necesarios para llevar a buen puerto su entrada, es decir, un mínimo conocimiento del terreno que le hubiera permitido evitar determinados lugares y caminos –dice la crónica que la tierra era estrecha... e los caminos tan malos que aún los peones a gran trabajo podían ir– y la forma de combatir de los musulmanes. Dicho de otra forma, el Maestre no planificó la entrada, no pensó en los posibles riesgos de la acción, en las circunstancias desfavorables que podrían aparecer en cualquier momento y en sus posibles soluciones. En ese mismo sentido se manifiesta el cronista Pérez de Guzmán en un sorprendente texto lleno de críticas a la acción del maestre alcantarino: mucho conviene a los capitanes consi derar las cosas que pueden acaecer, y en aquellas proveer quanto su poder ó humano juicio abasta, que decí"Escipion el Africano mayor" , que fue uno de los caballeros del mundo, que no se podía llamar caballeros aquel a quien caso viniese en que pudiese decir no pensé que esto se hiciera
Lo que le faltó al Cronista fue relacionar la insensata actuación bélica de Sotomayor, por un lado, con la necesidad que tenía de neutralizar posibles disidencias internas dentro de la Orden, para lo cual era necesario asumir de forma efectiva la responsabilidad que le correspondía en la actividad bélica y, por el otro, para apuntalar su status nobiliario, el de su linaja,a través de una acción militar en la frontera, el escenario ideal para generar un prestigio y una imagen ideológica y carismática, sin contar los beneficios económicos y de toda índole que conllevaba . Otra forma de construirse una imagen, con la que tuvo más éxito, fue a través de la labor constructora que llevó a cabo en la villa y fortaleza de Alcántara, construyendo edificios lustrosos, como el arco que está por donde se entra de la Villa a la plaza, donde el Maestre colocó sus armas.
LAS REPERCUSIONES Y LOS ECOS
¿Tuvieron repercusiones estos sucesos en las Órdenes Militares y en el Reino?
Las hubo e importantes en la Orden de Santiago después de Moclín, no sólo por que debido al número elevado de bajas se produjo una reestructuración en profundidad de la milicia, sino también por que la debilidad en que quedó permitió la “intromisión” de Alfonso X en la vida de la Orden al forzar la fusión con la Orden de Santa María de España, nombrando como nuevo Maestre santiaguista al que lo había sido en la alfonsina Orden.
Menos consecuencias tuvo en el Reino e incluso en la misma entrada, ya que el infante don Sancho siguió adelante con su proyectada entrada.
También las repercusiones fueron importantes para la Orden de Alcántara después de lo aciagos hechos protagonizados por Martín Yañez de Barbudo.
Lo fueron porque también aquí la Orden quedó notablemente mermada en efectivos debido a las numerosas y significativas bajas que había tenido y también porque la ocasión fue aprovechada por el rey, en este caso Enrique III, para intervenir en el nombramiento del nuevo maestre que recayó en la persona del clavero de Calatrava, Fernán Rodríguez de Villalobos, en lo que parece un castigo a la milicia alcantarina por la aventura granadina: e inviaron a su Corte personas que le supiesen representar el agravio que se les hacia

Pero también la derrota del Maestre tuvo consecuencias el reino en general, porque junto a los freires alcantarinos habían perdido sus vidas y la libertad muchos buenos omes de guerra que dejaron, dice la Crónica, la tierra muy espantada.

Quizás fue esta debilidad fronteriza la que obligó al rey Enrique III a buscar el mantenimiento de las treguas, no dudando para ello en asegurar a los mensajeros granadinos que el Maestre alcantarino había actuado sin su permiso. ¿Fue así y el monarca castellano no pudo hacer nada para impedir la acción de Yáñez de Barbudo? o por lo contrario ¿estuvo elRey a la espera de acontecimientos que le permitieran romper los acuerdos e iniciar una nueva guerra, si la entrada del Maestre hubiera tenido algún resultado positivo?.

Es difícil contestar a esta pregunta, aunque conviene recordar que si bien las Crónicas critican la poca ordenanza con que se llevó a cabo la acción, no lo hacen en cambio de la filosofía caballeresca que, en principio, la justificaba y la hacía tan atractiva para la mayor parte de la sociedad, incluso para la gente simple que veía los hechos del Maestre como parte de una ininterrumpida Guerra Santa que únicamente terminaría con la expulsión de los sarracenos. No extraña que la leyenda, la otra historia, resucitara al Maestre, lo llevara a Constantinopla y permitiera que su hijo llegara al grado máximo de la nobleza musulmana: pero esa es otra historia.

Las mismas consecuencias trágicas tuvo la entrada que llevó a cabo Gutierre de Soto- mayor, pero en este caso las repercusiones fueron nulas en la Orden y en el Reino. El enfado del Rey por la inutilidad de Sotomayor se saldó con una carta que recomendaba al Maestre que de aquí en adelante mirase mejor en proseguir las empresas de armas que tomase, porque de las cosas ni bien pensadas, ni hechas con orden pocas veces se espera próspero fin; no podía el Rey perder el apoyo de uno de los pocos partidarios que tenía en el bando aristocrático y que iba a jugar un papel decisivo en los conflictos que iban a tener lugar en el Reino de Castilla. Tampoco dentro de la Orden se produjo movimiento alguno que pusiera en juicio la insensatez militar del Maestre, aunque pocos de los freires alcantarinos pensaran como lo hizo más tarde el cronista de la Orden Torres y Tapia, decir que la única causa fue la voluntad de Dios y contra ella no hay prudencia, ni hay consejo humano y la providencia mayor de los hombres es menguada y corta.

También la leyenda actuó a favor de nuestro Maestre, convirtiéndole en el protagonista de un romance fronterizo que inmortaliza su acción, que le hace el héroe que nunca fue:

“De Ecija salió el Maestre, capitán de la frontera,
 lleva gente de a caballo, gente lucida y guerrera. 
Por los campos de Morón, tendida lleva la seña. 
Allá van a sestear, a aquese río de Olvera.
Allí saliera el alcalide, alcaide viejo de Olvera: 
–Manténgavos Dios, señor, ¿vuestra partida, do era?
–A Archite y Ubrique, Alcaide, y a Benaocaz de la Sierra 
–Quien lo aconseja, señor, muy mal consejo vos diera
que tres batallas he visto, perderse en aquesta sierra. 
Respondiérale el Maestre, bien oiréis lo que dijera: 
–Placerá a Dios, buen alcalde, que esta se la vengadera”.


CONCLUSIONES
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La que creemos más importante de las conclusiones de este trabajo tiene que ver con el hecho de que las Órdenes Militares en sus enfrentamientos armados y a pesar de su cualificada preparación militar y de su reconocida eficiencia bélica, cometían las mismas equivocaciones y tenían, muchas veces, las mismas pautas de comportamiento erróneas que cualquier otro contingente armado de la época medieval, sobre todo en la Baja Edad Media, cuando sus dirigentes participaban de la misma escala de valores que la nobleza como consecuencia del proceso de aristocratización y ennoblecimientos que había sufrido las milicias: la imprudencia y las decisiones impetuosas, la persistencia obstinada de los dirigentes a la hora de actuar a pesar de las evidencias en contra, la falta de reflexión y cautela que apunta, casi siempre, un exceso de confianza, la mala planificación, la incompetente “ideologización” que nubla la razón, determinadas características de la personalidad de los dirigentes que esconden graves problemas psicológicos, el egoísmo personal que se materializa en la búsqueda por encima de todo de la fama y el honor, la natural incapacidad militar que tienen algunos, etc., son algunos de los factores de carácter psicológico, sociológico o propiamente militar que explican los fracasos bélicos que tuvieron las órdenes militares en la Península Ibérica.


NOTA: Algunos de los hechos están transcritos de los originales, en negrita y cursiva; no son erratas.

Enric Cerveró Vilva

ECV