lunes, 9 de abril de 2018

ÓRDENES MILITARES Y BATALLAS PERDIDAS (II)


ÓRDENES MILITARES Y BATALLAS PERDIDAS
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2ª // SEGUNDA ENTREGA
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Autor: Feliciano Novoa Portela
Biblioteca Nacional


BATALLAS PERDIDAS
Recordemos a través de las fuentes cronísticas los ejemplos con los que contamos y que vamos a analizar. Todos ellos, excepto la inaudita malaventura del maestre alcantarino, Yáñez de Barbudo, corresponden a lo que las crónicas y otras fuentes documentales llaman la guerra guerriada y las Partidas guerra como de pasada, es decir una serie de prácticas guerreras a veces difíciles de diferenciar entre sí, con nombres diferentes, algara, corredura, celada y sobre todo cabalgada, que podemos definir de forma muy general como una expedición armada puntual de carácter ofensivo, de mayor o menor entidad y con fines y objetivos de muy diversa naturaleza, excepto, en principio, el de entablar una batalla abierta o campal.
LAS BATALLAS QUE FUERON

Las dos primeras acciones son dos ejemplos “de libro” de celadas en las que caen las tropas de las Ordenes Militares mediante la puesta en práctica de lo que los musulmanes llamaron el al-karr wa-l-farr, conocido también como “tornafuye”, un engaño que consiste en provocar a una tropa enemiga con una huida fingida hacia un terreno de difícil defensa, donde, o bien, los perseguidores se convierten en perseguidos tras un violento y rápido contraataque (la movilidad era la característica más sobresaliente de los ejércitos musulmanes) o bien son objeto de una emboscada por la mayor parte de los efectivos musulmanes que esperaban al acecho. 
Eso le sucedió al Prior del Hospital, Fernando Ruiz, en el mes de enero o quizás fue en febrero, del año 1248 en el transcurso de la conquista del reino de Sevilla. En esta ocasión, el citado Prior acompañado de tres freires et de dos caualleros otros seglares que y se açercaron, salió en persecución de un destacamento musulmán compuesto por diez gazules, bien guisados que tras asaltar el real de Tablada se habían llevado unas vacas pertenecientes a la Orden. 
Después de haber recuperado “el botín”, devuelto al real por un escudero del Prior, éste fue a dar en una çelada en que auia ciento e cinquenta caualleros, et de pie gran companna, et quando se le quiso acoier, non pudo, con el trágico resultado de fasta veinte y podieron morir cristianos, entre ellos siete escuderos hospitalarios y un comendador la Orden, en concreto el de Setefilla.
El desastre hubiera podido tener un alcance mayor si los freires hospitalarios no hu- bieran sido socorridos por los obispo de Coria y Córdoba, don Sancho y don Gutierre, respectivamente, que lucharon y les persiguieron , hasta que fueron los moros puestos en fuga
 ("que punnaron de los seguir et de correr con ellos, fasta que fueron los moros puestos en saluo").
Los hechos sucedieron de forma muy parecida, aunque más trágica, en el desastre santiaguista de Moclín, acaecido en 1280 durante el transcurso de una cabalgada que hizo el monarca Alfonso X con el objetivo cortar los panes –en la literatura de la época se denomina así a una operación de castigo– y conseguir con ello “enderezar” lo que creía una “equivocada” política de alianzas del rey de Granada. 
En esta ocasión, con el rey Sabio estuvo su hijo, el infante don Sancho, que dirigía la entrada de la hueste por la zona de Alcalá la Real y al que acompañaba, entre otros, el maestre de la Orden de Santiago, Gonzalo Ruiz Girón. 
Durante los preparativos de la acción y a la espera de nuevos refuerzos, el futuro rey de Castilla le había asignado al Maestre la labor de custodia de los erueros e a los que yuan por lenna e por yerua para el real. 
En una de esas salidas y cuando regresaban al campamento aparecieron, cerca del castillo de Moclín, cien caballeros musulmanes a los que el Ruiz Girón ordenó perseguir cayendo en la celada que le habían preparado, según dice la crónica: Et los moros, desque los uieron venir, començaron de fuyr et leuánronle a vna çelada en que estaban dos mil caualleros de moros que causaron la casi total aniquilación de la milicia santiaguista –todos los más de los freyres de la Orden de Santiago
 incluido el propio Maestre que moriría pocos días después a consecuencia de las heridas recibidas.
El desastre fue de tal calibre que a punto estuvo de provocar la desaparición de la Orden santiaguista, cosa que no su- cedió porque Alfonso X terminó fusionándola con la atípica orden de Santa María de España. 
Más difícil es definir el tipo de acción que llevó a cabo en una fecha significativa, la semana santa de 1394, Martín Yáñez de Barbudo, maestre de Alcántara de origen portugués, después de retar al rey de Granada, Muhammad VII al-Mustain, a un duelo, como nos cuenta la Crónica de López de Ayala: la fe de Jesuchristo era sancta e buena e que la fe de Mahomed era falsa e mintrosa e si contra esto decía, que le facía saber que él se combatiría con él o con los quél quisiese, con avantaja de la mitad más, en guisa que si los moros fues en doscientos, quél tomaría ciento de los christianos, e así fasta mil, o lo quél quisiese, de caballo, o de pie.
Desde luego tal acción no entra dentro de lo que hemos definido como guerra guerriada en cualquiera de sus acepciones, sino más bien con lo que la historiografía entiende como batalla campal, lid o facienda, que de todas esas formas denominan las Partidas de Alfonso X a los enfrentamientos en campo abierto Por lo menos fue lo que intentóel Maestre alcantarino, cuando ante la falta de respuesta directa de Mhuhammad VII se encaminó hacia Granada desde el convento central de la Orden en la extremeña villa de Alcántara con un ejército que, al principio y según la Crónica, no levaba más de trecientas lanzas e compañas de pie de gentes de poco recabdo, pero al que se fue añadiendo buena parte de los habitantes de los núcleos poblacionales por los que pasaba el ejército alcantarino que veían en la acción del maestre una auténtica cruzada: con la fe de Jesu Christo imos
Los intentos de disuasión que llevaron a cabo ciertos nobles en nombre del Rey, a los que se sumaron los propios freires de la Orden, nada pudieron hacer contra la firme determinación del Maestre alcantarino de infringir una derrota a los moros renegados de la fe que habrían de recordar para siempre los tiempos venideros. 
El resultado final fue muy diferente a lo imaginado por el Maestre y lo que empezó con un desfile –una cruz alta en una vara, é su pendón cerca de la cruz– terminó trágicamente poco después de su entrada en territorio musulmán cuando, al parecer, el ejército cristiano se encontraba descansando y fue atacado, por sorpresa, dice la Crónica, por los granadinos quienes sin dejarles lugar a ponerse en mejor orden, los acometieron con grande vocería y sus ordinarios alaridos... les lanzaron tantos dardos, saetas y lanzas que se escaparon pocos de sus manos, no estando entre ellos el Maestre.
El último ejemplo lo constituye la rota llevada a cabo en 1435 por el también maestre alcantarino Gutierre de Sotomayor. Fue la clásica y usual cabalgada en la señorializada frontera nazarí del siglo XV, es decir una expedición militar con el objetivo de debilitar, en este caso, el poder del rey Muhammad IX en un momento de ausencia de treguas, pero que se convirtió en un desorganizado intento de conquistar dos puntos fuertes de la frontera, Archid y Olibi de los que dice la Crónica que eran tales que los podría ligeramente barajar e traer gran presa.
La entrada del maestre alcantarino en territorio musulmán fue detectada rápidamente y en un desfiladero, el qual era estrecho que no podían pasar, fue objeto de un ataque desde diversas atalayas que los Moros tenían en lo alto de la sierra que fue maravilla ninguno escapar de los que en esta entrada fueron.
En el campo, dice poéticamente el historiador Muñoz de San Pedro, quedaron tendidos la flor y nata de los caballeros alcantarinos, aunque entre ellos no se encontraba el Maestre que logró escapar gracias a la ayuda prestada por un vilano conocedor de la tierra.
En concreto, murieron una decena de comendadores alcantarinos y muchos otros hombres de los ochocientos caballeros y cuatrocientos peones –se cree de toda la gente que el Maestre allí metió no quedar ciento que no fuese muertos o presos– que acompañaban al Maestre, a la sazón Capitán Mayor de la Frontera.
Podemos comprobar que en estos ejemplos la superioridad entrenamiento y eficacia de estas órdenes y su demostrada fe en el combate no eran suficientes en muchas ocasiones, ya que dependían en muchas ocasiones de las órdenes y la maestría en el combate de sus mandos superiores y no siempre resultaron efectivos estos por falta de ese liderazgo militar acompañado de una disciplina de combate que a veces les sobrepasaba en espíritu pero no así en el campo de batalla; en la próxima entrega analizaremos los ecos, las repercusiones.

NOTA:  Algunos de los hechos están transcritos de los originales, en negrita y cursiva; no son erratas.

ECV