viernes, 9 de marzo de 2018

LA LEYENDA DEL PENITENTE MISTERIOSO

UBICACIÓN DEL RELATO Castillejo de Robledo
Por EUSTAQUIO PASTOR TERESA
En el punto límite de las provincias de Soria, de Burgos y de Segovia encuentra el viajero una villa, que debe su nombre al castillo, hoy en ruinas, como tantos otros, y que en tiempos ya remotos fue mansión de Caballeros Templarios. Está circuida la villa de peñascos y de cerros.
En la hondonada, formando once calles, están sus casas como un gran hato de mansas ovejas. Allí, en medio, se halla un gran peñasco, que sirve de pedestal al Castillo, y a la falda de éste la iglesia parroquial, de construcción románica, con su torre de espadaña.
Una de las cosas que más me gustaba de este mi pueblo era visitar con frecuencia, casi a diario, el castillo ... Allí me paso grandes ratos contemplando sus ruinas y mi imaginación vuela hacia aquellos siglos, cuando los caballeros templarios, mitad frailes y mitad guerreros, vivían en este recinto, hoy por los suelos.
De esta fortaleza, siendo niños, nos habían contado, en las noches de invierno y al amor de la lumbre hazañas guerreras y fantásticas de brujerías. Hasta en la escuela, a espaldas del maestro contábamos cosas del Castillo, «que casi siempre era contando lo que nos decía algún chico, de lo que había dicho su abuelo, la noche anterior...».
Así pues ... ¿Por qué llaman «Vallejo del Caballero Templario» al camino que va a Valdanzo?
—Pues porque en aquel valle que sube empinándose hasta el llano, un día le mató: «Una cosa mala» a un caballero Templario, después que éste había matado a otro en el Castillo.
—Sí, sí, es cierto. Mi abuelo me lo ha dicho muchas veces —respondía otro muchacho.
Pocas veces subíamos solos, con bastante miedo. Si algún chico, más atrevido, gritaba: «Que sale el ánima del Templario», todos corríamos como galgos hacia el pueblo, y algunos decían que le habían visto.
Y aquí viene la leyenda.
* * *
Dícese que hasta que el Papa Clemente V suprimió la Orden de los Caballeros del Temple en el año de 1311, habitaron aquellos famosos caballeros en el Castillo de Castillejo de Robledo. Sin duda ninguna tenían más de guerreros que de frailes, pues se cuentan de ellos cosas y hechos vergonzosos, a veces increíbles, tanto es así que historiadores de nota aseguran que la masonería tuvo su origen en esta Orden de caballeros.
En aquellos tiempos remotos, en que una comunidad de esta orden eran los amos de este pueblo, no sabemos las causas, quizá sería por rivalidades de mando o cosa parecida, pero la verdad es, que uno de los caballeros mató, en el castillo, al superior, que lo era entonces Fray Cristóbal de Rocaforte.
Cometido el crimen, bajó a las cuadras y montando en un brioso caballo huyó camino de las Quintanas Rubias, quizá sería oriundo de aquellos pueblos, cuya dirección es la más recta para el inmediato lugar de VaIdanzo.
En el vallejo que comienza, dejando el camino de Valdespino, se encontró al sacerdote que tenía la cura de almas de esta parroquia de Castillejo, al cual, en su paseo, le había sorprendido una furiosa tempestad y por tal motivo se había refugiado bajo unos enebros.
El fugitivo caballero templario, apenas le divisó, echó pie a tierra y es de creer, que lo haría movido de arrepentimiento y quizá con deseos de que el párroco le oyera en confesión. Mas ... apenas se acercó al sacerdote, una chispa eléctrica, lanzada por la tempestad mató al caballero, dejando su cuerpo carbonizado, pero ileso al párroco de esta villa. En tan trágicas circunstancias de su muerte, ni sus frailes, ni nadie se cuidó de poner señal alguna de que junto al camino había sido enterrado un ser humano, por cierto, sin las ceremonias de la iglesia. Oí yo a mi antiguo párroco, que lo fue de aquí durante cuarenta y seis años, que en muchas ocasiones le hablaban de este trágico suceso, sus antiguos feligreses, sesudos hombres del pueblo, y le decían que en días de tormenta se oían por aquel vallejo las palabras: Frey Cris Roe, correspondientes al Superior asesinado Fray Cristóbal de Rocaforte.
«Este impresionante relato, ya desde niño, me daba miedo y pocas noches se pasarían, que entre sueños, no viera a un caballo corriendo, corriendo mucho y que al chocar en el suelo los clavos de las herraduras, saltaban chispas de ellas, como si la centella que le mató fuera serpenteando por el camino de Vallejo Caballero, y muy principalmente junto a la tumba del templario.»

ADMA