sábado, 17 de marzo de 2018

LA CABALLERÍA Y LA GUERRA MEDIEVAL

"La guerra medieval era sangrienta. Sin embargo, la Iglesia buscó regular la violencia y limitarla a ciertos días de la semana, así como pedir que se respetaran a los no combatientes."

El mundo de la caballería medieval III: la guerra
Historia por José Francisco Vera Pizaña


En artículos anteriores hemos visto cómo la imaginación literaria creó un modelo de ser caballero, el cual representaba la cotidianeidad al mismo tiempo que recibía inspiración de la misma realidad. También explicamos cuál era el deber ser del caballero, cómo se esperaba que actuara en la sociedad y cómo se contemplaban así mismos los grandes señores de la guerra. Es momento de mover el discurso hacia un plano menos simbólico y analizar la función principal que tenía la Caballería en la sociedad medieval: la violencia y la guerra.
Del campo de batalla a la corte real
El idioma español, a diferencia del francés, no hace distinción entre el caballero (cavalerie) o guerrero que lucha a caballo, y el Caballero (chevalerie) que se identifica con una fuerza militar-nobiliaria. ¿Por qué es importante comenzar con esta aclaración? Para estudiar la historia de la caballería primero debemos tener muy clara esta diferencia semántica, pues la imagen del Caballero-noble que ha sobrevivido en el imaginario de la cultura popular, no siempre estuvo presente a lo largo de toda la Edad Media.

Durante la primera mitad del periodo medieval, la Caballería sólo era vista como una fuerza de guerreros que luchaban montados a caballo, pero que no guardaban ninguna relación con la aristocracia gobernante. Sencillamente, los caballeros de la Alta Edad Media eran guerreros que luchaban a caballo. De hecho, hasta el siglo IX, la fuerza dominante de los ejércitos medievales (por ejemplo, los francos) continuó siendo la infantería pesada, mientras la Caballería, aunque se había alzado con un mayor protagonismo en la guerra desde el reinado de Carlos Martel, no alcanzaba a desplazar a los soldados de a pie como la fuerza principal del campo de batalla.
Con el imperio carolingio en el siglo IX llegó una nueva forma de organización militar, en la que las campañas militares se intensificaron en contra de los musulmanes, vikingos y magiares. Esto, aunado a un nuevo sistema de repartición de tierras, ayudó a sentar las bases de la futura Caballería aristocrática, pues ahora a la fuerza de Caballería se le exigía un compromiso mayor con el Emperador (mismo que era pagado con más y más tierras) y, por lo tanto, el caballero se volvía un especialista de la guerra al servicio de la autoridad terrenal, pues era requerido para campañas cada vez más largas y más ambiciosas.
Finalmente, el caballero, antaño guerrero y campesino, se transformó a partir del siglo XI en el Caballero que es un combatiente de élite y que al mismo tiempo ostenta un título nobiliario. Ello se debió en un primer momento a la propia decadencia del imperio carolingio, que generó la descentralización del poder político y el triunfo de los señores feudales. Esta decadencia imperial promovió constantes luchas entre los príncipes y grandes señores, mismas en las que los caballeros jugaron un papel importante como dirigentes de la guerra. Esto generó una incursión mayor por parte de la Iglesia para regular la violencia entre cristianos, lo que desembocaría finalmente en la idea de Cruzada para direccionar la guerra hacia Oriente, así como discusiones jurídicas en torno a la guerra justa y la justicia en la guerra. Finalmente, entre los siglos XI y XII, el Caballero alcanzó a configurarse en la imagen dignificada que ha sobrevivido hasta nuestros días: noble y valeroso; que presta sus servicios al rey dentro de la corte y en los asuntos del estado; defensor de la Iglesia contra paganos y herejes; así como de las mujeres y de los pobres.

Tropas especializadas
¿Qué fue lo que diferenció a esta nueva fuerza de élite de la Caballería anterior al siglo XI? En primer lugar, debemos considerar el coste de esta nueva Caballería. Antes del siglo XI, el equipamiento del soldado a caballo que llegaba al campo de batalla apenas y se diferenciaba del de las tropas a pie: en cuanto armamento, utilizaba el escudo, lanza y espada; en lo que se refiere a la armadura, se presentaban con un yelmo sencillo, mientras el cuerpo se cubría con la cota de malla. Probablemente la espada y la cota de malla eran los elementos más caros de la indumentaria, pero aun así llegaban a ser costeables para buena parte de los guerreros, tanto para la Caballería como para la infantería.
Sin embargo, a partir del siglo XI y XII ya observamos una diferencia mucho más importante en el armamento y en la capacidad defensiva de la Caballería. La lanza otrora usada como jabalina fue sustituida por una lanza mucho más larga y resistente que se atoraba por debajo del brazo; la fuerza del impacto ya no dependía del impulso del brazo, sino de la potencia de la carga. La cota de malla comenzó a generalizarse y se amplió para cubrir toda la parte superior del cuerpo, y hacia el siglo XIII y XIV, fue reemplazada por las armaduras de placas laminadas que cubrían la totalidad del cuerpo del guerrero. Este nuevo armamento era imposible de costear para los soldados de a pie, quienes se vieron reducidos a mantener su antiguo sistema de armamento: espada, cota de malla y picas.
Y no sólo eso, también la propia forma de luchar se volvió mucho más especializada por parte de la Caballería. Antes del siglo XI, el combate a caballo no era muy diferente del combate a pie: la espada se utilizaba para dar tajadas, mientras la lanza sólo se usaba como arma arrojadiza o para dar estocadas en un combate frontal. Durante la Plena Edad Media, la Caballería le dio prioridad a la carga a caballo con lanza en mano de forma horizontal, con la intención de aprovechar la fuerza potencial y causar el mayor daño en los enemigos. En esta técnica, la espada sólo se utilizaba después de que la lanza se hubiese roto.
Esta nueva forma de lucha necesitaba un entrenamiento especializado, tanto de forma individual como colectiva. No cualquiera podía dedicar su vida a la práctica de la guerra, pues sólo aquel que tuviera tierras y una renta que le permitiera comprar ―y mantener― caballos, armas y armaduras cada vez más complejas podía participar de forma efectiva en las campañas militares y, por supuesto, en los torneos y justas que organizaba la nobleza.
Caballeros luchando a las afueras de Calais, Francia (1346).
Algunos prefieren usar la lanza y otros la espada;
ello dependía del planteamiento táctico en que fueran desplegados.

Adiestramiento: justas y torneos
La guerra era la principal actividad de la Caballería medieval. En realidad, el Caballero no realizaba trabajo manual alguno, sino que sólo se limitaba a administrar y extraer recursos de sus propios feudos. Ello le permitía dedicar la mayor parte de su tiempo al entrenamiento militar, algo que era vital en una sociedad organizada para la guerra como lo fue la Europa a partir del siglo XI. La lucha cuerpo a cuerpo con la espada era un elemento básico del adiestramiento del Caballero, con lo cual aprendía a defenderse y a atacar con la “Knightly sword”. Además, si era Rey o príncipe, debía dedicar una buena parte de su tiempo a la lectura de los distintos manuales militares que se difundieron en la época.
Este entrenamiento con la espada generalmente se practicaba en la propia residencia del Caballero y no requería más que la asistencia de algunos peones y escuderos. Las justas, en cambio, eran días festivos que reunían una gran cantidad de Caballeros y ayudaban a los nobles a entrenarse en el combate con lanza en mano. La práctica más común de este ejercicio se daba con el choque de dos hombres montados en un terreno llano en forma horizontal, separados en medio por alguna barda o elemento de forma paralela a sus marcas; en cuanto se daba una señal, los Caballeros cargaban el uno contra el otro y se arremetían con la lanza; aquel que golpeara o tirara a su rival, era quien se llevaba la justa. En efecto, era un ejercicio que se libraba en igualdad de condiciones, en el que sólo el mejor se llevaba, con justicia, la victoria.
Ahora bien, se esperaba que un caballero fuera un guerrero competente, no sólo en el combate individual, sino también en el colectivo. Para ello, existían distintas festividades ―además de las justas― en las que los Caballeros podían participar de forma colectiva. La actividad más común era la caza de jabalíes o de ciervos, en los que la nobleza se organizaba para practicar no sólo sus habilidades de cacería, sino también destreza al cabalgar. Sin embargo, el máximo torneo al que podían aspirar para practicar sus habilidades guerreras era la “mêlée”, que también podía organizarse de distintas formas, ya fuera en un campo abierto o en uno relativamente cerrado, pero siempre de la misma forma: dos grupos de caballeros se organizaban en dos puntos opuestos del terreno, se colocaban en formación cerrada con las lanzas sostenidas a su costado y se embestían; el objetivo de este ejercicio era practicar el combate colectivo, así como capturar a tantos caballeros enemigos fueran posibles.

Las justas eran enfrentamientos individuales en los que
los Caballeros probaban sus habilidades con la lanza.
 Era un combate en igualdad de circunstancias,
por lo que sólo el mejor era el que salía victorioso.
Más allá de la cortesía, los buenos modales, las riquezas, las leyendas y la fama, el Caballero era ante todo un guerrero. Él era quien luchaba y monopoliza el oficio de la violencia legítima, tanto para la defensa de su señor feudal y de la población civil, como para la defensa de la Iglesia y de la fe cristiana. En este sentido, no es de extrañar que el Caballero noble se convirtiera en el emblema de la Edad Media Europea y sobreviviera en el imaginario occidental. Afortunadamente, el legado de la caballería difícilmente desaparecerá, pues su historia es tan rica y tan fascinante, que es difícil ignorar su grandeza.

ADMA