sábado, 24 de marzo de 2018

INTELIGENCIA MILITAR EN LA EDAD MEDIA (I) LOS ESPIAS

INTELIGENCIA MILITAR EN LA EDAD MEDIA
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I. ESPÍAS
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LA OBTENCIÓN DE INFORMACIÓN
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Para algunos irónicos los términos inteligencia militar son radicalmente antagónicos... y sin embargo la profesión de la milicia siempre ha reconocido indispensable contar con buenas fuentes de información, tanto para controlar las fuerzas de uno mismo como para saber la del contrario, así como su disposición y composición, y el terreno a pisar. Esa información se puede obtener por medio de varias vías, y su explotación puede ser igualmente variada e imaginativa. Cuanto más especializada fuera la persona encargada de llevar a cabo esa tarea, más probabilidades de éxito tendría la misión.
Justiniano I recibe de los monjes los
gusanos de seda. Grabado de P. Galle (1537-1612)

La gran fuente militar clásica empleada con profusión en la Edad Media es el De Re Militari de Flavio Vegecio (ca. 400, centrada en táctica de infantería romana y operaciones de asedio). Aunque no hay ningún capítulo dedicado a acciones de comando o sabotaje sí se reconoce la importancia de la recogida de información y la inevitable y necesaria presencia de los espías. Incluso da una receta para capturar a un espía que se haya colado en el campamento propio: llamar a retreta a todos los soldados para que se reunieran en sus respectivas tiendas. Así, el espía se quedaría expuesto al no tener donde guarecerse... lo cual era ya difícilmente aplicable en su época y totalmente inútil en el medioevo habida cuenta de la heterogeneidad de las tropas, y el relativo caos de los campamentos medievales. Por otra parte, el otro libro clásico, el Strategemata de Frontinus (ca. 100) sí dedicaba un par de capítulos a la obtención de información y el espionaje.
Aunque en el mundo cristiano medieval occidental hay ejemplos del uso de espías es, sin duda alguna, en las fuentes orientales, tanto bizantinas (como el Pracepta militaria de Nicero Focas, o la Táctica, de Nicéforo -veanse las ilustraciones del mss Skylitzés de la BN Madrid), como musulmanas donde se encuentra un mayor interés por describir este tipo de actividades. Los manuales militares en árabe, conocidos como “furusiya”, suelen incluir importantes capítulos sobre espionaje y uso de la información (obtención de la misma, engaños y tretas, uso de agentes infiltrados para levantar animadversiones entre las filas o la población enemiga, etc). Además, en el caso de las cortes islámicas, solía haber un ministro del Diwan encargado específicamente de la red de espías (interna y externa). Por cierto, al igual que Vegecio daba su receta para descubrir espías, un libro del arte de la guerra andalusí da la suya para descubrir infiltrados. El sistema se basaría en fijarse cómo empuñaban los arcos ya que, según parece, cada etnia tendía a sujetarlos de una forma diferente.
En el mundo de la inteligencia militar, y ya en la Edad Media, se puede distinguir, y hay ejemplos de ello, aunque no se pueda hablar de manuales al uso o una categorización propia en su época, entre el espionaje puro (recogida de información, de forma encubierta, y propagación de rumores desestabilizadores en el exterior), el contraespionaje (interior) y las labores de desinformación, es decir la facilitación de información aparentemente veraz pero que en realidad es falsa. De ello último tenemos un ejemplo muy claro en el conflicto entre Pisa y Génova cuando el almirante genovés dejó atrás a uno de sus navíos, el cual, bajo la apariencia de comerciante neutral, proporcionó falsa información a la flota pisana perseguidora, consiguiendo así desviarla, allá por mediados del s. XIII.
Boca del León
En el Palacio Ducal de Venecia,
una especie de buzón conocido
como la Boca del León servía
para denunciar hechos de forma anónima.
Así, cualquier ciudadano podía introducir
en él un papel en el que hacía constar
a quién acusaba y por qué.

Centrándonos en la Península Ibérica, durante los primeros siglos del Al-Andalus los dirigentes musulmanes parecen haber tenido cierta predilección por el empleo de espías cristianos, frecuentemente bajo la cobertura del comercio. Igualmente, la conocida literatura de viajes árabe, ayaib, estuvo parcialmente motivada porque los viajeros tenían que recoger información útil desde el punto de vista geopolíticomilitar (como el caso de la rihla del valenciano Ibn Yubair, ca.1217). Pero el enemigo no sólo era el cristiano. También se conocen las labores informadora y desestabilizadora de ciertos espías dentro de Al-Andalus que trabajaban para otros poderes musulmanes como los califatos abbasí y fatimí. Se sabe que éstos últimos estaban detrás de la red montada por Abu l-yasir al-Riyadi y continuada por Ibn Harun al.Bagdadi, quienes trabajaban bajo la cobertura de prósperos comerciantes.
El peligro no sólo venía de fuera. Al-Hakam (796-822), siempre preocupado por posibles revueltas internas fortaleció el servicio de espionaje interior, además de disponer, de forma permanente en las puertas del palacio, de casi mil jinetes. A ello se sumaba la medida de contar con tropas esclavas-eslavas y mercenarias (cristianas) que, teóricamente, sólo respondían ante él. El fin era evitar la sedición y asegurar una estabilidad para el emirato. Lo cierto es que no parece que tuviera mucho éxito, habida cuenta que en su época estalla la famosa revuelta del arrabal de Córdoba (818). El califato cordobés ya gozaba de un excelente servicio de espionaje y, al final del mismo, Almanzor volvería a reforzar el sistema de informadores y espías, lo cual le supondría una sustanciosa ventaja a la hora de enfrentarse con posibles desavenencias internas (recordemos que no era el califa legítimo), y preparar sus exitosas campañas contra los cristianos. Para fines de mayo recibía noticias de sus espías e informadores en los territorios cristianos que le informaban de la situación sociopolítica de los mismos y el estado de sus tropas.
Músicos espías
Músicos representados en las
cantigas de Santa María. Siglo XII.
Biblioteca Monasterio del Escorial.

Mientras, en los incipientes reinos medievales cristianos no parece que existiera una centralización de tales servicios de información, compartiéndose dicha tarea entre el rey, el canciller y otros personajes relevantes de la frontera. Alfonso II (759-842) el casto fue uno de los primeros que impulsó el establecimiento de una red de informadores casuales y espías profesionales. Como el propio Ramon Muntaner reconoce en su famosa crónica, donde narra los principales hechos de la corona aragonesa desde 1205 hasta 1328, al nombrarle el rey señor de la fortaleza de la isla de Djerba (Túnez) era el encargado de todo el sistema de espionaje de la zona, labor facilitada por su dominio del árabe. Durante la baja Edad Media, con una frontera más o menos asentada, los principales concejos de la frontera también disponían de informadores y espías en campo enemigo con la misión de facilitar sus movimientos. Sin embargo, y en general las fuentes cristianas parecen atribuir una mayor facilidad de infiltración de elementos prosulmanes entre sus filas que al revés.
Sala del Consejo de los Diez,
en el Palacio Ducal de Venecia.
El Consejo, encargado de la seguridad,
contaba con un servicio secreto.
En todas las épocas y frentes se ha hecho patente la necesidad de contar con “inteligencia militar” táctica, es decir, información sobre el enemigo en las proximidades, especialmente justo antes y durante la campaña. Ello se lograría a base de operaciones de descubiertas (protección vanguardias y flancos), y puestos de atalayas y escuchas (fijos y móviles). Todo ello así aparece referido en varias crónicas y espejos de príncipes. Según nos refiere la segunda de las Siete Partidas alfonsíes (ca. 1280) esta labor de recogida de información está controlada por el adalid, el jefe o máximo especialista de las operaciones militares en la frontera, experto conocedor del medio en que deben moverse las tropas. El adalid no sólo se preocupa de recoger información, sino también de dirigir las tropas en campaña (como guía militar experto), y de evitar ser sorprendidos por el enemigo. De ahí también el interés que muestran los fueros locales, como el de Plasencia o Burgos, en premiar la captura o eliminación de adalides enemigos, bien en operaciones de comando, en una especie de asesinatos preventivos selectivos, o bien como parte de la campaña. Es interesante destacar que lo que realmente premian mejor estos fueros es la captura del adalid. La muerte de los mismos se la reservan los concejos una vez hayan podido extraer todo la información posible del adalid enemigo; tanto sobre las tropas o territorios contrarios, como sobre lo que el contrario conoce sobre las fuerzas de uno mismo.

Gracias a fuentes de la corona de Aragón sabemos que los reyes tenían una red de informadores casuales y espías profesionales repartidos por amplias zonas, tanto en el campo como por las ciudades, al menos desde el s. XIII. Estos espías podían ser tanto hombres como mujeres (en la Gran Conquista de Ultramar se hace referencia a varias de ellas, así como en otras fuentes peninsulares); tanto gente del pueblo como nobles, a los que ocasionalmente el rey le mandaba en este tipo de misiones (bien directamente, bien bajo cobertura diplomática, o a veces haciéndose pasar por renegados). Así, como cuenta la autobiografía de Jaime I, Don Blasco de Alagón pudo proporcionar informes de primera mano a su rey a la hora de decidir el ataque sobre Valencia (1245). Dicha información la había recabado “durante más de dos años, cuando me mandasteis fuera de vuestras tierras”
En realidad hay varias profesiones especialmente dadas a la recogida de información, además de los espías a tiempo completo: comerciantes, mensajeros, embajadores alfaqueques, mercenarios y pastores. Éstos últimos aparecen con relativa frecuencia, tanto en textos islámicos como cristianos, aportando la pista fundamental, conocimiento del terreno, para una maniobra exitosa, caso de Las Navas (1212) a favor de los cristianos, o Alarcos (1195) en pro de los almohades. La cobertura bajo actividades comerciales fue la mejor tapadera para recabar información general. Por otro lado, los alfaqueques, por su profesión de intermediar en los acuerdos de liberación-intercambio y rescate de cautivos a ambos lados de la frontera entre confesiones en nuestra península (necesariamente conocedores de ambas lenguas) también se encontraban en una óptima posición para recabar cualquier tipo de información. Bien es cierto que los fueros locales cristianos son muy conscientes del peligro que suponían los falsos alfaqueques, tanto por la posibilidad de estafa como por la de filtrar información.
Sala de los Reyes.
Alhambra

En realidad las embajadas diplomáticas, o bajo la cubierta de mensajería también se podían utilizar para realizar espionaje. Lo cuenta la Crónica de Alfonso X al narrar el desastre de Algeciras (1278). Los cristianos habían logrado cercar la ciudad por tierra y mar. Los merines norteafricanos no se atrevían a intervenir sin conocer el estado exacto de la flota cristiana. Así que enviaron una galera con emisarios, con bandera de paz para, teóricamente, parlamentar con el almirante cristiano. Sin embargo, disfrazados como marineros iban algunos de sus principales capitanes que pudieron tomar buena nota del estado de la flota cristiana. El resultado es que estos capitanes recomendaron el ataque; y la flota cristiana, falta de hombres, fue eliminada. Por su parte, Alfonso X contrataría los servicios de un tal Bonamicum (quizás Henricum Barletti) para informarse de los mongoles. Claro que Jaime I de Aragón tenía sus propios recaderos con los mongoles.
La crónica de Juan II también nos narra otro complot descubierto. En este caso el infante don Fernando había sitiado Antequera. Tras un intercambio de misivas el rey granadino envía a un embajador especial con nuevas cartas, pero con la misión secreta de obstaculizar el sitio por el medio que fuese. Este embajador tramó un plan que consistía en plantar una serie de artefactos incendiarios para quemar el sitio real, una vez que él ya lo hubiera abandonado. La crónica nos cuenta que estos artefactos eran poco más que recipientes con paja, alquitrán y brasas que tendrían ese efecto retardado, a la vez que dificultarían el descubrimiento de la razón verdadera del incendio. El complot sería descubierto al confiarse este embajador a otros moros conversos castellanos.
El espionaje también se da entre los reinos cristianos y es algo consustancial a las “labores diplomáticas” de la época (por no decir de todos los tiempos). Ciertamente los enviados o embajadores no se limitan a transmitir mensajes, sino que tienen una labor fundamental de recogida de información, y así podemos recorrer los despachos secretos que mandaba Diego de Valera desde Inglaterra y Francia. Valera fue diplomático, hombre de armas, literato, heraldo y espía al servicio de varios monarcas castellanoleoneses del s. XV; acabando sus servicios ya bajo el reinado de los reyes Católicos. Ciertamente conocemos mucho más nombres propios de espías “profesionales” entre los años 1460-1560 que en los cinco siglos anteriores. Probablemente ellos se deba a dos motivos: la supervivencia de una mayor cantidad de documentación desde la creación y mantenimiento de los grandes archivos reales a fines del s. XV, aunque el archivo de la corona de Aragón es una inagotable fuente de información desde el s. XI. Y por el hecho de que en las crónicas medievales raramente aparecen los nombres de los espías, tanto por desconocimiento (aunque sí se reconoce su labor), como porque una buena parte fuera gente del pueblo sin mayor interés como, por qué no, discreción. Es curioso comprobar que conocemos a un buen número de espías de esos últimos años gracias a cartas de protesta reclamando sus pagos…
Por su parte, los mensajeros no sólo podían tener o no tener paso franco, sino que se arriesgaban a que si el mensaje que transportaban fuera especialmente doloso o secreto fueran eliminados a la hora de entregarlos (caso raro en la Edad Media hispana). También es bien cierto que los mensajes podían ser interceptados, lo cual, frecuentemente, solía llevar a la eliminación del mensajero. Eso fue lo que les ocurrió a los diferentes correos (unos “enaciados”) que iban desde Córdoba a Toledo informando de cambios en la corte leonesa (muerte del rey Sancho), y que un noble leonés interceptó y decapitó para evitar que su señor (el desposeído Alfonso), refugiado en Toledo y ahora nuevo rey, pudiera pasar directamente a manos musulmanas. También parece que Jaime I interceptó algunos enviados de la secta de los asesinos y de los mamelucos, a Alfonso X. En este último caso no los mató, ya que habría supuesto una complicación más, pero sí los retuvo lo suficiente para evitar cualquier posible trato del castellano en un momento en que el aragonés tenía sus propios planes para oriente.
Dejando a un lado esas profesiones mencionadas parecieron existir una serie de grupos humanos en nuestra península medieval especialmente ligados a este mundo. Estos serían los enaciados, los golfines y los elches.
El enaciado, sería un 'súbdito de los reyes cristianos españoles unido estrechamente a los sarracenos por vínculos de amistad o interés'. Menéndez Pidal dice que incluso podían llegar a constituir auténticos pueblos (de hecho hay uno en Cáceres, en una zona montañosa, cerca de EL Gordo). Estos elementos, o población, serían frecuentemente usados, principalmente por los poderes musulmanes, como espías y mensajeros, gracias a su posición fronteriza y conocimiento del medio y las lenguas. Fueros cristianos como el de Béjar y Plasencia también premian la entrega de cabezas de enaciados.
Los golfines compartirían con los enaciados rasgos de bandolerismo, y ser gente de la frontera. Sin embargo los golfines, sin excepción, son denostados por todos los poderes, tanto cristianos como musulmanes a ambos lados de la frontera, aunque originalmente parecen provenir de los reinos cristianos del norte. Asentados en las serranías al sudeste del Tajo, en la frontera entre Castilla, Aragón y los reinos musulmanes del sur, allá por los s. XII-XIV eran gente peligrosa y difícilmente controlable por nadie. Contra ellos se dirigirían varias campañas punitivas por diferente dirigentes, sin conseguir una solución definitiva hasta el s. XV.
Por otro lado, lo elches, o renegados como se les llama algunas veces, en muchos casos parece tratarse de mercenarios cristianos desnaturalizados y que conforme pasa el tiempo se han acostumbrado a los usos y religión musulmana, aunque parecen haber mantenido una identidad propia. Sin embargo hay que destacar que este término cambió de significado a lo largo de la Edad Media. En realidad, los renegados de una y otra fé, no tuvieron problemas en servir a sus nuevos señores en labores militares o de espionaje.
En cuanto a los medios que se podían usar para pasar la información tenemos de los más variado, desde las famosas cartas partidas por “ABC” (cartas duplicadas en un mismo gran pergamino que se corta por la mitad a través de esas tres letras en grande que lo dividen y que permitiría comprobar la autenticidad de la segunda parte una vez se reunieran), pasando por códigos de encriptación básicos (ya conocidos en Roma), escritura con tintas especiales, correos dobles, el empleo de palomas, etc.
Como podemos apreciar son muchos los datos históricos que reflejan lo avanzados que eran estos métodos en tiempos en los que los ejércitos no disponían de más medios que los que en el artículo nombramos y utilizaban extensas y a veces muy complejas redes de informadores que actuaban simplemente utilizando sus habilidades o los útiles conocimientos de los territorios donde habitualmente desempeñaban trabajos en los que la observación y los movimientos por los mismos de personas o caravanas de comerciantes , situación de ríos valles y desfiladeros , fortalezas y enclaves con tropas regulares , cualquier información formaba parte de esa red logística en la que los ejércitos se movían , al mismo tiempo que difundir rumores desestabilizadores u otro tipo de noticias que confundían la información de los ejércitos enemigos infiltrando a simples personas dentro de los territorios enemigos , vemos que un simple pastor tenía en su poder solo en su memoria amplios y extensos territorios en los que debido a la transumancia recorrían a diferencia de la mayoría de gentes que viajaban poco o nada en aquellos tiempos , a lo largo de los siglos hemos visto como a diferencia de desaparecer su especialización dentro de los organismos militares y civiles a sido muy importante para las relaciones entre potencias con gran disponibilidad militar