sábado, 3 de marzo de 2018

CRISTIANOS NUEVOS Y VIEJOS

Todo empezó cuando los pobladores que vivían en la España del siglo V, en la que ya había una honda sima entre los iberorromanos y los judíos. En el III Concilio de Toledo (589) se prohibió a los judíos casarse con cristianas, comprar esclavos cristianos y ocupar cargos que autorizaran imponer castigos a los cristianos. En el IV Concilio (633), también de Toledo, se decretó que los judíos que se casaban con cristianas se debían convertir al cristianismo o separarse de sus esposas y que no podrían ejercer cargo público de ningún tipo. Los enemigos potenciales de los Reyes visigodos pertenecían a la más alta nobleza, y por esto los judíos quedaron implicados.
Los hebreos proporcionaban grandes sumas de dinero a algunos nobles que gobernaban provincias mayores, y cuando la actitud projudía de éstos era conocida, sus subordinados, (jueces, etc.), se comportaban conforme a sus deseos. Fue la primera vez en que la diferencia entre judíos y los que no lo eran, se manifestó públicamente en la Península. A partir de esa fecha los acontecimientos de la población judía en España se desarrollaron automáticamente, aumentando progresivamente en detrimento de los propios judíos. Lo que preocupaba a los Reyes unionistas visigodos eran las grandes sumas de dinero que entraba en las arcas de algunos nobles y les facilitaba adquirir armas, mantener más secuaces, contratar más espías y agentes secretos, lo que incrementaba su capacidad conspiratoria envalentonándolos para iniciar insurrecciones. Los Reyes sabían que los judíos no participaban directamente y por eso no les acusaron de rebeldes, pero por su constante soporte financiero a los nobles, se les miraba políticamente como una amenaza, independientemente de la cuestión religiosa.
“Aunque pobre – dice Sancho Panza – soy cristiano viejo y no debo nada a nadie”.
Había dos formas de atajar este problema de corrupción dicha por el Rey visigodo Sisebuto (565-621), feroz antisemita: forzar a todos los judíos a convertirse y portarse como cristianos y en ese caso ya no tenían necesidad de sobornar a los nobles y, la otra opción era empobrecerlos y entonces eran incapaces de sobornarlos. El Rey Recesvinto (672), también antijudío, y sus sucesores aplicaron las dos formas alternativamente. Los judíos empezaron a ser vistos de otra manera.
La principal contribución judía a España fue en el ámbito económico y artesanal; agricultura, vestuario, armas, mercaderes, médicos, agrimensores, matemáticos, mineros de sal, recaudadores, arrendadores de impuestos, administradores, emisarios, diplomáticos que se perfeccionaron de generación en generación. A parte de su laboriosidad, los Reyes cristianos les ofrecieron casas, barrios, dándoles garantías judiciales. Al adoptar esta práctica, la España cristiana siguió la norma de los Gobernantes moros de la península, que nombraron para altos cargos a varios judíos sobresalientes. La España del 1.000 al 1.252 fue la etapa más feliz de su larga historia en la Península ibérica, por su rápido crecimiento y constante alza en estatus e influencia gracias al apoyo de los Reyes y de los Grandes, aunque hubo matanzas en Castrojeriz en 1035, Toledo y Escalona en 1109 y el pogromo de León en 1230. Pero en el fondo, la comunidad judía era una corporación consistente en un grupo de permanentes extranjeros que estaban esencialmente viviendo aparte de la sociedad cristiana porque el judío era visto como permanente extranjero, no solo por los no judíos, sino por ellos mismos. La comunidad judía española no estaba sujeta a la jurisdicción de la ciudad, vivía separada judicialmente, los conflictos entre ellos eran resueltos por sus propios tribunales, mientras que los problemas entre judíos y los no judíos eran resueltos por jueces especiales elegidos por el Rey. Sus obligaciones fiscales eran distintas pues pagaban la mayor parte de sus impuestos al Rey y pocos a las ciudades en las que habitaban. Vivían separados territorialmente, en barrios específicamente designados para ellos. Siempre y en todas las épocas tuvieron el estigma del extranjerismo de los judíos. Cuando las funciones ejercidas por los judíos pudieron hacerlas los cristianos, la actividad judía fue considerada perturbadora y perjudicial; producía celos.
El primer ataque público a los judíos como recaudadores de rentas reales de Castilla fue durante el Reinado de Sancho IV en las Cortes de Haro, en 1288, donde se exigió que los judíos que cesaran en tales cargos (arrendatarios y recaudadores de impuestos). En las Cortes de Valladolid en 1293, ocurrió lo mismo. Se oponían a que la alta nobleza (ricos omes), caballeros, alcaldes (jueces reales de ciudad o provinciales- merinos -), moros, clérigos o judíos fueran recaudadores, arrendatarios o inspectores.
El problema fue agrandándose con el tiempo. Se creía que España, sus tradiciones y su fe pertenecían exclusivamente a los cristianos viejos o simplemente cristianos. Este patrimonio no podía compartirse con judíos, moros o herejes. Cada vez y con más frecuencia, se produjeron alborotos en contra de los judíos, (la revuelta antijudía de 1391 fue una revuelta popular dirigida contra ellos que se inició el 6 de junio de ese año en Sevilla). Hubo saqueos, incendios, matanzas y conversiones forzadas de judíos en las principales juderías de las ciudades de casi todos los Reinos cristianos de la Península Ibérica: las Coronas de Castilla y Aragón y en el Reino de Navarra. Las revueltas más graves fueron en Sevilla y se propagaron a Córdoba, Toledo y otras ciudades castellanas. La razón era por los puestos que ocupaban y en menor medida por cuestión religiosa, lo que llevó a los judíos que no querían perder sus posiciones, pues muchos ocupaban altos cargos en las cuatro administraciones del país (real, nobiliaria, eclesiástica y urbana), a convertirse al cristianismo; a los que se les llamó conversos o cristianos nuevos. A partir de ese momento histórico la expulsión de los judíos en 1492 y la Inquisición tuvieron mucho que ver.
A principios de la Edad Moderna, la obsesión por la pureza de sangre (tener una larga ascendencia cristiana vieja) inundó las sociedades castellana y aragonesa hasta un punto desconocido. Ni siquiera el bautismo lavaba por completo los pecados de los individuos en estas sociedades, algo completamente opuesto a la doctrina cristiana, que situaban a los judeoconversos y sus descendientes en una escala social inferior a los llamados cristianos viejos. Tener ascendencia cristiana era más importante que los méritos o las riquezas a la hora de acceder a ciertos puestos en la Corte y entrar en Órdenes Militares como la de Santiago; lo cual no evitó que hubiera muchos casos de descendientes de judeoconversos, como el inquisidor Tomás de Torquemada o directamente de conversos, como Andrés de Cabrera, (1511) – financiero, político, noble y militar castellano de ascendencia judeoconversa, mayordomo, consejero y tesorero del Rey Enrique IV de Castilla, año en que obtiene el hábito de la Orden de Santiago, partidario de Isabel la Católica en la guerra de Sucesión castellana -, ocuparon cargos destacados. Paradójicamente, dos de los protagonistas de esta Corte llena de prejuicios, el mismísimo Rey Fernando, El Católico y su primo el poderoso noble castellano Fadrique Álvarez de Toledo, II duque de Alba, portaban una remota ascendencia judía.
La expulsión de los judíos en 1492 ordenada por los Reyes Católicos fue el episodio final a una convivencia entre cristianos y judíos que se había deteriorado gravemente en poco tiempo. Aunque entre las clases populares las tensiones religiosas fueron una constante durante la Edad Media, en la Corte y en los ambientes aristocráticos de Castilla no habían existido altos niveles de antisemitismo durante el siglo XIV ni en el XV. Fue con la unión dinástica entre Fernando e Isabel cuando regresó a la Corte la importancia de acabar con lo que se estimaba un Estado dentro del Estado. Tradicionalmente se ha creído, y así se ha escenificado en cuadros y obras literarias, que fue la Reina quien tomó la decisión influida por su confesor converso Hernando de Talavera, con ayuda del oscuro Tomás de Torquemada, pero en realidad Fernando no solo no hizo nada para evitarlo, sino que estaba plenamente de acuerdo con una medida que le rozaba a nivel familiar.
Aunque el objeto oficial de la Inquisición era combatir las herejías, y aunque no tenía competencias sobre los no bautizados, ya de paso, empezó a vigilar “muy de cerca” a los judíos conversos, los cristianos nuevos, pues sospechaba, a veces con razón, que los conversos, practicaban en secreto los ritos judíos, aparentando que eran buenos cristianos; eran los llamados marranos. Por consiguiente, en años posteriores, aparte de castigar y perseguir a los erasmistas, luteranos, calvinistas, anglicanos, los que practicaban la brujería, la sodomía y la bigamia, incluyó en su “catálogo” de “objetivos no deseables” a toda clase de judíos. Daba igual que fueran o no conversos. El hecho de ser judío, implicaba automáticamente ser sospechoso de algo. El ser judío era un estigma, que duraba toda su vida y se traspasaba a las generaciones posteriores. Esto duró hasta el siglo XIX, cuando el Santo Oficio fue abolido al inicio de la Regencia de María Cristina de Borbón, en julio de 1834, durante el gobierno liberal moderado de Francisco Martínez de la Rosa[1]. Hasta entonces hizo que los judíos, conversos, marranos tuvieran que hacer verdaderos malabarismos para no caer en las garras inquisitoriales y evitar la hoguera o sufrir todo de tipo de castigos (confiscaciones de bienes, torturas, etc.) durante casi 400 años. A todo esto, los judíos, de la clase que fuesen, se mezclaban inicialmente con los cristianos viejos, posteriormente esta mezcla, se fue mezclando a su vez con los que oficialmente eran cristianos viejos, cuando en realidad, no se sabía si éstos eran puros; es decir cuatro generaciones de cristianos viejos que había que demostrar. Era la llamada “Sentencia-Estatuto” de limpieza de sangre. Pero cuatro generaciones abarcaban como máximo poco más de 300 años, con lo que tenemos otros cien años en los que no se podía demostrar oficialmente que una persona era o no cristiano viejo, aparte que cuando empezó la exigencia de “pureza de sangre” allá por 1.500, se podía comprar el certificado de la susodicha pureza de sangre. Resultado: cuando se abolió la Inquisición, no se sabía exactamente quien tenía sangre judía y quién no. Los únicos que tenían sangre judía eran los que se declaraban judíos.
Descendientes de conversos o bien conversos españoles, aparte de los ya mencionados fueron: el padre Mariana, Santa Teresa de Jesús, Fernando Díaz de Toledo (siglo XV, oidor y relator del Consejo de Castilla, refrendario, notario y secretario real), Luis de Santángel (1498, financiero y protector de Cristóbal Colon), Alfonso de la Caballería (1484, financiero, vicecanciller y primer presidente del Consejo de Aragón que intentó impedir el decreto de expulsión de los judíos de 1492), Hernando de Zafra (1444 – 1508) secretario de los Reyes Católicos, fue el principal negociador de la rendición de Granada por parte cristiana, junto con Gonzalo Fernández del Córdoba, el Gran Capitán), Lope de Conchillos y Quintana (1521, destacado burócrata español, secretario real de los Reyes Católicos), Alfonso de Valladolid (1270 – 1346), escritor y médico hispano hebreo, además de clérigo de las religiones judía y cristiana (primero rabino y luego sacerdote tras su conversión), Pablo de Santa María (1400, poeta, erudito e historiador español hispano hebreo, consejero de Enrique II de Castilla, escritor teológico y comentarista bíblico, obispo de Cartagena y Burgos), Juan Arias Dávila (1480, político y eclesiástico, obispo de Sevilla, protonotario apostólico y miembro del Consejo Real de Enrique IV de Castilla y de los Reyes Católicos), Hernando de Talavera (1428 – 1507), arzobispo de Granada, confesor y consejero de Isabel la Católica, Pedrarias Dávila, noble, político y militar destacado por su participación en América donde fue gobernador y Capitán General de Castilla del Oro y Gobernador de Nicaragua (1528 – 1531), Juan Luis Vives (1492 – 1540), humanista, filósofo y pedagogo, San Juan de Ávila (1500 – 1569), sacerdote y escritor ascético, doctor de la Iglesia, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, etc. Muchos.
Y así entramos en los siglos XX y en el XXI con mayores dudas todavía si cabe, al respecto. Por eso la pregunta que habría que hacerse es: ¿Hay algún español en la actualidad que tenga la certeza absoluta al cien por cien que por sus venas no corre sangre judía?

JMZ