lunes, 5 de febrero de 2018

SOBRE EL CAMINO DE SANTIAGO

El Camino de Santiago, lleno de alegorías y símbolos herméticos, ha dejado de ser una experiencia transformadora en la misma medida en que se ha convertido en un paquete de consumo turístico. Es el peregrino y no el peregrinaje el que aporta el quinto elemento indispensable para que opere el Arte Secreto. El camino a Santiago de Compostela (Campus Stellae o Campo Estrellado) reproduce esa Vía Láctea que desde la bóveda celeste se extiende en la misma dirección poniente durante los meses de primavera y otoño, indicando el sendero que recorren las almas hacia la muerte en el Finisterre. 


Es en dichas estaciones cuando la temperatura permite la condensación del preciado rocío celeste, símbolo alquímico fundamental. Porque como es arriba, es abajo: solo el que tiene ojos para ver y oídos para oír puede beneficiarse de un viaje iniciático, pues es el discernimiento el que hace la diferencia. En el camino, el peregrino va provisto de un sombrero, una concha y una calabaza, atributos simbólicos que, bajo cábala fonética, denotan una buena parte de los misterios del magisterio alquímico. No por nada se dice que grandes maestros como Nicolás Flamel o Ramón Llull hicieron el peregrinaje. En un sentido metafísico, el Camino de Santiago representa el sendero de la muerte, el viaje final hacia el ocaso y el reencuentro de toda ánima con su principio divino, una alusión de evidente solera egipcia. Bien vale la pena el estudio atento de sus secretos.