jueves, 15 de febrero de 2018

LA VENGANZA DE SANCHO ORIDUELA, SEÑOR DE PEDRAZA

CUENTA LA LEYENDA QUE...
A principios del siglo VIII, dos pequeños aldeanos sedientos de vida y sueños jugueteaban entre matorrales de tomillo y jaras. Ella era hija de unos pobres colonos y él, de humildes labradores.
Crecían bajo el cielo azul de Pedraza, provincia de Segovia, donde buitres y águilas reales removían los aires de aquella villa maravillosa, coronada en su esplendor por un majestuoso castillo.
Entre helados inviernos, coloridas primaveras y calurosos veranos, el tiempo pasaba.Convirtiendo a ella en una hermosa muchacha de esbelta figura y rizados cabellos, y a él, en un joven labrador honrado y trabajador dispuesto a conquistar el corazón de su inseparable compañera de juegos, a la que nombraba en sueños, su amada.
Un día, el señor del castillo, Don Sancho Oriduela, contempló embelesado la belleza de la joven muchacha y valiéndose de sus derechos feudales la hizo su esposa. A lo que al joven labrador, lo dejaba por primera vez, al margen de su vida para siempre, ya que siendo él vasallo, no podía disputársela a su señor.
Loco y desesperado, se aisló del mundo ingresando en un Monasterio, haciéndose fraile y entregando todo su amor a su Dios, hasta conseguir la paz deseada.
Mientras la pareja siguió su andadura feliz como nobles castellanos, convirtiendo su matrimonio en sagrado, donde la lealtad y el respeto iban de la mano.
Quiso, no obstante el destino, jugarles una mala pasada, murió el capellán del castillo, el capellan de la noble castellana.
Pidio entonces el señor de Pedraza, nuevo fraile para su esposa, pero no un fraile cualquiera, si no el más virtuoso de todo el monasterio. El abad complaciendo la petición del señor de Pedraza, envió al joven labrador como nuevo capellan del castillo.
Este, orgulloso de su elección, no dudó en presentarlo a su esposa, la cual no tardó en reconocer al inseparable amigo de su infancia. Por un instante, los corazones de ambos comenzaron a trotar sin poder evitarlo. Ella bajaba la cabeza enrojecida, mientras él oraba sin cesar para que su joven y vivo corazón dejara de latir.Una vez pasado este momento decidieron sin palabras evitarse. Ella sin solicitar sus servicios, él entregándose por entero a su oración.
Ocurrió entonces la invasión de los almohades, y Alfonso VIII organizó rápidamente la defensa de Castilla, con la ayuda de los reinos vecinos. Partió el noble castellano del castillo de Pedraza. Don Sancho de Oriduela se distinguió por su heroísmo en las batallas y se llenó de gloria en la de las Navas de Tolosa.
Acabada la guerra, llegó el señor de Pedraza a su castillo deseoso de ver a su esposa. Pero cual fue su sorpresa, cuando observó como su joven esposa se desvanecía en el suelo, perdiendo totalmente la conciencia. Sorprendido por este recibimiento, decide preguntar a sus más antiguos criados y estos les confiesan que la fidelidad de su esposa había sido empañada por el inevitable y apasionado amor al fraile.
Enfurecido por el deshonor, organiza una cena con todos los nobles del reino para celebrar sus triunfos, y en medio de alabanzas hacia él, manda callar al gentío y ordena que traigan el premio que él mismo había diseñado para galardonar los mejores servicios prestados en su ausencia.
Todos quedaron en silencio. Dos vasallos con armaduras brillantes portaban entre ambos una corona de hierro forjado, cuya parte inferior estaba erizada de púas enrojecidas al fuego. Los dos hombres se acercaron con ella al fraile, y el señor de Pedraza, Sancho de Oriduela calzándose unos guantes de acero, colocó él mismo la corona sobre la cabeza del fraile mientras decía:
-Esta es la recompensa por tus servicios.
Y entre gritos desgarradores, el fraile cayó al suelo, mientras la joven esposa desparecía del lugar, hayandola después tendida sobre su cama, con una daga atravesando su corazón.
Cuentan los vecinos del lugar, que entre las ruinas del castillo, las noches de luna llena, se les ven pasear, entre las jaras y los tomillos...

AC