lunes, 12 de febrero de 2018

FUTUWWA - LA CABALLERÍA ESPIRITUAL SUFÍ

Reza así un hadîz atribuido al profeta Muhammad: "He sido enviado para perfeccionar la excelencia (o la nobleza) de los caracteres". Pues bien, hallamos aquí el fundamento escriturario de la llamada futuwwa o caballería espiritual sufí, que recibe el nombre de yavanmard en lengua persa. En cierto modo, podríamos afirmar que la futuwwa constituye la ética del sufismo, el modo de estar en el mundo, que deriva de un estado interior concreto: haber realizado que sólo la divinidad es el ser existente, que constituye el eje nodal del sufismo, la concepción de la 'unidad del ser' o wahdat al-wuyûd. De hecho, la enseñanza más importante en la senda espiritual sufí es el hecho de que no existe ningún 'yo' permanente, que sólo Él es. Nuestra identificación con el nafs, nuestra naturaleza egótica, es lo que nos mata, pero quien se vive como nada es el perpetuamente joven, pues es como si hubiese bebido el agua de la vida eterna. Fata, de donde deriva futuwwa, quiere decir en árabe 'joven', justamente, al igual que el persa yavan, término próximo al 'jove' catalán. Es, a fin de cuentas, la juvenalia latina.
La futuwwa constituye un modo de realización espiritual consistente en una superación continua, en el comportamiento tanto interior como exterior, de los límites impuestos por el yo individual y colectivo. "Muéstrate como eres y sé como te muestras", instaba Mawlânâ Rûmî (m. 1273) a los suyos. Traducida en términos de amor, la futuwwa es el deseo apasionado de un 'objeto' inaccesible, la divinidad, simbolizada a menudo en la poesía sufí por el personaje femenino de 'Layla', que en árabe abarca dos campos semánticos interesantes: 'noche' y 'embriaguez'. Así pues, la senda del caballero espiritual es la 'senda de Layla', una senda que transcurre a través de la noche interior y que emborracha. No hay vino más delicioso y embriagador que el del olvido de uno mismo.
En términos de compasión, la nobleza del alma y de los caracteres (makârim al-ajlâq) consiste en alzarse por encima de las reglas de intercambio ordinarias. La caballerosidad del fata sufí poco tiene que ver con la farsa hipócrita del convencionalismo social ni con ningún protocolo formal. Insistimos una vez más, la futuwwa brota natural y espontánea de un interior transformado por la presencia incesante y apabullante de la divinidad. Quien ha descubierto que Él lo es todo se vive a sí mismo como nada; y alguien así jamás podrá despeñarse por la cuesta abajo del orgullo, el egoísmo o la envidia.
Hay algunos maestros sufíes, sin embargo, que han interpretado el sentido de la futuwwa en base a otra etimología. Así, Omar Suhrawardí de Bagdad (m. 1234), fundador de la tarîqa epónima, suhrawardiyya, sostiene que la palabra futuwwa deriva de fatwa, que significa 'comportarse correctamente'. Para él, por lo tanto, la futuwwa es saber cuál es el comportamiento adecuado, en cada momento, conforme a la naturaleza de las cosas. Y ese es, en definitiva, el comportamiento caballeresco del sufí: saber actuar en situaciones diversas, en el sentido siempre más conforme a una grandeza del espíritu, es decir, a una ley espiritual no escrita e indefinible, pero siempre presente, y que corresponde al fata captar y descubrir. De ahí que la acción del caballero sufí, alguien despojado de todo atisbo de egoísmo, consista en influir de modo benéfico en el curso de los acontecimientos, según éstos deban suceder.
"Lâ fatâ il•lâ 'Alî", 'No hay fata como 'Alí', dice un aforismo muy del gusto sufí. 'Alí, primo y yerno del profeta Muhammad, es una fuente doctrinal espiritual insustituible en el sufismo (todas las turuq o escuelas sufíes se remontan a él, salvo la naqshabandiyya), así como el modelo por excelencia del fata, el caballero místico que encarna las virtudes de nobleza y compasión, coraje y devoción, justicia y conocimiento interior, propias de la futuwwa, la caballería espiritual, verdadero fundamento de la ética sufí.
En un mundo tan desnortado como el que nos ha tocado en suerte vivir, caracterizado por un dramático desmantelamiento axiológico, en el que todo orden se ha subvertido y pocos son los que aún distinguen arriba de abajo o luz de oscuridad, la voz del fata se nos presenta como un grito en el desierto, no por desoído menos cierto y necesario.