jueves, 15 de febrero de 2018

EL ENIGMA DE COMPOSTELA

El apóstol Santiago es el patrón de España desde tiempos de la Reconquista. Las reliquias de este santo dieron lugar a uno de los tres principales lugares de peregrinación para los cristianos (Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela). Sin embargo, nos preguntamos qué hay de cierto tras esta leyenda que se pierde en los mismos orígenes del Cristianismo.
Según el Nuevo Testamento, Santiago el Mayor (su verdadero nombre es Jacob, pero en latín eclesiástico se le llamó "Sanctus Iacobus", que terminó derivando en Santiago), hijo de Zebedeo y Salomé y hermano mayor de Juan, fue uno de los cuatro pescadores que Cristo encontró en el lago de Galilea y convirtió en “pescadores de hombres”. Los Hechos de los Apóstoles afirman que fue condenado y decapitado por Herodes Agripa.
Sin embargo, la leyenda de Santiago Apóstol tiene origen en diversos textos del siglo XII. Esto es lo que nos cuentan:
Después de Pentecostés, Santiago cruzó el Mediterráneo y navegó el Atlántico hasta llegar a Galicia. Desde entonces, estuvo predicando en la Península hasta el año 40, en que la Virgen se apareció al Apóstol en Caesaraugusta (Zaragoza) para anunciarle su muerte y ascensión.

Santiago volvió a Jerusalén para acompañar a la madre de Jesús en su tránsito, y poco después, en el año 44, fue apresado y decapitado por Herodes Agripa, rey de Judea. Éste prohibió que el cuerpo fuera enterrado, por lo que, durante la noche, dos discípulos del Apóstol, Atanasio y Teodoro, robaron el cuerpo y lo llevaron a la costa de Jaffa, donde encontraron una barca con un sepulcro de mármol. De allí viajaron de nuevo hasta las costas gallegas.
Al llegar, los dos discípulos acudieron a visitar a la reina celta Lupa pidiendo un lugar donde enterrar al Apóstol. La reina, ofendida por la petición y después de evitar por todos sus medios que Atanasio y Teodoro consiguieran su objetivo, tras varios milagros intercedidos por el Apóstol, cedió un terreno en el bosque Libervm Donvm donde, después de enterrar los restos de Santiago, se convirtió al Cristianismo.
Siglos después, en 813, un ermitaño llamado Pelagio, vio unas extrañas luces que le condujeron a un claro en el bosque de Liberdón. Al llegar, encontró bajo la maleza, a los pies de un roble, un altar de mármol con tres lápidas. Una de ellas rezaba: “Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé”. Entusiasmado, fue a buscar al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, para contarle el hallazgo. Éste, a su vez, acudió a la corte del rey astur, Alfonso II, el Casto.
El rey, después de visitar el “Campus Stellae” (Campo de Estrellas, Compostela), mandó construir una capilla en el lugar y nombró al Apóstol patrón del Reino. Así nació la leyenda de Santiago de Compostela, que con el paso del tiempo se convirtió en el adalid de la Reconquista de la Península contra el invasor musulmán.
Sin embargo, más allá de esta romántica leyenda medieval, yace latente un personaje de los inicios de la Iglesia: Prisciliano.
En el año 380, con el Edicto de Tesalónica, el emperador romano Teodosio, declaró el Cristianismo como la religión oficial del Imperio. Pero la religión cristiana no era una religión unitaria, existían multitud de doctrinas con diferentes interpretaciones de la palabra de Jesús.
Cinco años antes, Prisciliano, un ciudadano de la Gallaecia, comenzó a predicar una doctrina basada en la austeridad y en la pobreza, que condenaba la esclavitud, concedía una enorme trascendencia a la mujer, negaba el concepto de la Santísima Trinidad y se oponía a la unificación entre la Iglesia y el Imperio Romano. Su enseñanza fue extendiéndose por toda Hispania, arraigando tanto en las clases bajas como en las nobles.
En el año 382, fue nombrado obispo de Abula (Ávila). El número de seguidores crecía imparablemente, lo que no fue bien visto por los obispos más ortodoxos, que viendo en Prisciliano un peligroso rival que desestabilizaba la unidad religiosa y la imperial, le acusaron de prácticas paganas. Así, tras años de continuas imputaciones, en 385, Prisciliano es declarado culpable de herejía. Fue decapitado junto a seis de sus seguidores en Tréveris (Alemania).
Cuatro años después, varios discípulos viajaron a Tréveris para exhumar los restos de su maestro y llevarlos a su tierra natal, recorriendo el actual el Camino de Santiago francés.
A pesar de la muerte de Prisciliano y de la persecución que sufrieron sus seguidores, el priscilianismo, lejos de desaparecer, surgió con más fuerza aún tras la muerte del mártir gallego. De hecho, cuenta la leyenda que durante siglos, la tumba de Prisciliano fue un lugar de peregrinación que algunos asocian con Santiago de Compostela.
El mismo año en el que los restos fueron encontrados, se construyó una capilla en Compostela. En 829, la capilla pasó a ser una iglesia que se fue ampliando debido a la cantidad de peregrinos que la visitaban. En 997, el musulmán Almanzor redujo la iglesia a cenizas, pero en 1075, Alfonso VI comenzó a levantar la catedral que conocemos.
En 1589, el arzobispo Juan de Sanclemente mandó ocultar los restos del apóstol para que no fueran saqueados por el pirata inglés F. Drake.
En 1878, se encontraron a 30 metros de profundidad, bajo el ábside de la catedral, los restos de tres personas: dos de mediana edad y una en el último tercio de su vida, que fueron identificadas como Santiago y sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro. Junto a ellos, apareció también una inscripción en griego que rezaba “Athanasios martyr”. En 1886, los restos de aquellas tres personas fueron colocados en un sarcófago de plata con tres compartimentos y forrado de terciopelo rojo en su interior.
Desde entonces, ha habido una larga polémica sobre la autenticidad de lo que guarda el sarcófago, ya que no se ha vuelto a hacer un exhaustivo estudio del mismo con las técnicas que disponemos actualmente. Desde luego, es bastante improbable que los restos que allí se guardan sean los del Apóstol, aunque tampoco puede demostrarse que sean los del Obispo Abulense. Al parecer, aquél “Campus Stellae” era una necrópolis anterior incluso a nuestra era, por lo que es difícil demostrar una u otra teoría.
En realidad, creemos que no es importante la identidad de los restos del argénteo sarcófago. Aquél sepulcro unió la fe de los diferentes reinos cristianos que luchaban contra el invasor musulmán y, hoy en día, además de ser un símbolo de España, es el motivo del Camino de Santiago, un camino de peregrinación, un camino iniciático muy anterior a Alfonso II, a Prisciliano y al propio apóstol Santiago.

AC