martes, 30 de enero de 2018

LAS 95 TESIS DE MARTÍN LUTERO

Lutero redactó sus 95 tesis como soporte para un debate teórico, una “disputa” teológica, práctica corriente en la época. Concebidas para ser difundidas en un círculo restringido de teólogos, su éxito habría sorprendido al propio Lutero. Tras ser impresas en gran cantidad, fueron puestas en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg el 31 de octubre de 1517, además de ser difundidas en muchos lugares. La acción de clavar escritos en esa puerta era la manera acostumbrada de anunciar un acontecimiento en el campus universitario de aquella época. Las puertas de las iglesias funcionaban en aquella época tal como los modernos tablones de anuncios. A continuación las 95 tesis:
"Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

1. Nuestro Señor y Maestro Jesucristo, al decir "Arrepentíos", lo hizo con la intención de que toda la vida de los creyentes sea de penitencia.
2. Por esa palabra no se debe entender la penitencia sacramental, es decir, la de la confesión y la satisfacción llevadas a cabo bajo el ministerio de los sacerdotes.
3. Tampoco se refiere, sin embargo, a la penitencia interior; y esta misma no es nada a menos que en lo exterior conlleve mortificaciones de la carne.
4. La penitencia, por tanto, continúa mientras el disgusto hacia hacia uno mismo -esto es, la verdadera penitencia interna- continúe, es decir, hasta nuestra entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no tiene ni la voluntad ni el poder de remitir ninguna pena, excepto aquellas que él ha impuesto por su propia autoridad o por la de los cánones.
6. El Papa no tiene el poder de remitir ninguna culpa, sino sólo de declarar y garantizar que fué remitida por Dios; o cuando mucho, remitir materias reservadas para sí mismo, en cuyo caso, si su poder fuera desestimado, la culpa ciertamente subsistiría.
7. Dios nunca remite la culpa de ningún hombre sin que al mismo tiempo le sujete, del todo sometido, a la autoridad de su representante el sacerdote.
8. Los cánones penitenciales se imponen sólo a los vivos, y de acuerdo a aquéllos, ninguna carga ha de imponérseles a los moribundos.
9. De ahí que el Espíritu Santo actuando en el Papa nos hace el bien con que, en sus decretos, él siempre exceptúe del artículo de muerte y de necesidad.
10. Actúan indebidamente y con desconocimiento los sacerdotes que, en el caso de los moribundos, reservan penitencias canónicas para el purgatorio.
11. La cizaña acerca del cambio de la pena canónica por la de purgatorio sin duda fué sembrada mientras los obispos dormían.
12. Anteriormente las penas canónicas se imponían no después, sino antes de la absolución, como prueba de verdadera contrición.
13. Los moribundos pagan todas las penas al morir, y están ya muertos para las leyes canónicas y liberados de ellas por derecho.
14. La imperfecta solidez o caridad de una persona moribunda necesariamente implica gran temor, y cuanto menor es dicha caridad, mayor es el miedo que se produce.
15. Este temor y horror, para no hablar de otras cosas, son suficientes por sí solos para constituir las penas del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. El infierno, el purgatorio y el cielo parecen diferir entre sí como difieren la desesperación, la cuasi desesperación y la paz mental.
17. Con las almas en el purgatorio parece necesariamente que, así como disminuye el horror, aumenta la caridad.
18. Tampoco parece estar probado por cualquier razonamiento o Escrituras, que están fuera del estado de mérito o del aumento de la caridad.
19. Ni tampoco parece demostrado que estén, al menos todos ellos, seguros y confiados de su propia beatitud, aunque nosotros estemos muy seguros de ello.
20. Por lo tanto el Papa, cuando habla de la plena remisión de todas las penas, no se refiere absolutamente a todas, sino sólo a las impuestas por él.
21. Así, se equivocan aquellos predicadores de indulgencias que dicen que, por las indulgencias del Papa, un hombre queda liberado y absuelto de todo castigo.
22. Porque de hecho el Papa no les remite a las almas en el purgatorio pena alguna que de acuerdo a los cánones hubieran tenido que pagar en esta vida.
23. Si a alguien se le pudiera conceder alguna remisión plena de todas las penas, es indudables que sería sólo a los más perfectos —es decir, a muy pocos.
24. De ahí que la mayor parte de las personas resulta necesariamente engañada por esta indiscriminada y altisonante promesa de liberación de las penas.
25. El mismo poder que el Papa tiene sobre el purgatorio en general es el que cada obispo tiene en su diócesis y cada cura en su propia parroquia en particular.
26. El Papa actúa muy correctamente al conceder la remisión a las almas, no por el poder de las llaves (que no sirve en este caso), sino por la vía del sufragio.
27. Predican locuras los que dicen que el alma vuela fuera de purgatorio tan pronto como tintinea el dinero en el cepillo.
28. Cuando el dinero tintinea en la colecta seguramente aumentan la avaricia y la ganancia, pero el sufragio de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. Según la historia que se cuenta de los santos Severino y Pascual ¿desearán todas las almas en el purgatorio ser redimidas de él?
30. Ningún hombre está seguro de la realidad de su propia contrición, y mucho menos del logro de la remisión plena.
31. Tan raro como es un verdadero penitente, es uno que realmente compra indulgencias – es decir, rarísimo.
32. Los que creen que mediante certificados de indulgencia se les asegura su propia salvación, se condenarán eternamente junto con sus maestros.
33. Tenemos que cuidarnos especialmente de aquellos que dicen que estas indulgencias del Papa son ese inestimable don de Dios por el cual el hombre que reconcilia con El.
34. Porque la gracia transmitida por estas indulgencias sólo se refiere a las penas de satisfacción sacramental, que son de decisión humana.
35. No predican ninguna doctrina cristiana los que sostienen que la contrición no es necesaria para aquellos que compran almas en el purgatorio o licencias confesionales.
36. Todo cristiano que se sienta veradera compunción tiene derecho a la remisión plena del dolor y la culpa, aun sin cartas de perdón.
37. Todo verdadero cristiano, ya sea vivo o muerto, tiene participación dada por Dios en todos los beneficios de Cristo y de la Iglesia, aun sin cartas de perdón.
38. Sin embargo, la remisión impartida por el Papa no debe en modo alguno ser despreciada ya que es, como he dicho, una declaración de la remisión divina.
39. Es muy difícil, incluso para los más letrados teólogos, exaltar al mismo tiempo ante los ojos del pueblo el amplio efecto de las indulgencias y la necesidad de una contrición verdadera.
40. La verdadera contrición busca y agradece el castigo, mientras que la variedad de indulgencias lo relaja y hace que la gente lo odie, o da al menos ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben proclamarse con precaución, para evitar que la gente suponga falsamente que van antes de otras buenas obras de caridad.
42. Los cristianos deben aprender que no está la mente del Papa el que la compra de indulgencias es asimilable en modo alguno a obras de misericordia.
43. Hay que enseñarles a los cristianos que aquél que da a un pobre o presta a un necesitado hace mejor que comprar indulgencias.
44. Porque por una obra de caridad, la caridad y aumenta el hombre se vuelve mejor, mientras que por medio de las indulgencias no se hace mejor, sino sólo más libre de castigo.
45. Los cristianos deben saber que aquél que, viendo a un necesitado, pasa de largo, pero da dinero para indulgencias, no se está comprando las indulgencias del Papa, sino la ira de Dios.
46. Los cristianos deben saber que, a menos que tengan riqueza de sobra, deben mantener lo necesario para el uso de sus propios hogares, y por ningún motivo malgastarla en indulgencias.
47. Los cristianos deben saber que, si bien son libres de comprar indulgencias, no están obligados a ello.
48. Hay que enseñarles a los cristianos que el Papa, al conceder indulgencias, tiene más necesidad y deseo de devotas oraciones por él, que de que se pague más dinero.
49. A los cristianos hay que enseñarles que los indultos del Papa son útiles si ponen su confianza en ellos; y muy perjudiciales si a través de ellos pierden el temor de Dios.
50. Los cristianos deben saber que si el Papa supiera de las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro quedara reducida a cenizas a que sea construida con la piel, carne y huesos de sus ovejas.
51. Los cristianos deben entender que, así como sería el deber, sería el deseo del Papa incluso vender, si fuera necesario, la Basílica de San Pedro y dar de su propio peculio a los muchos de aquellos a quienes los predicadores de indulgencias extraen dinero.
52. Vana es la esperanza de la salvación a través de cartas de perdón, incluso si un comisario —no, el mismo Papa– comprometieran su propia alma en ello.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa aquellos que, con el fin de que se prediquen las indulgencias, condenan la palabra de Dios a total silencio en otras iglesias.
54. Se hace daño a la palabra de Dios cuando, en el mismo sermón, se gasta igual o más tiempo en las indulgencias que en el perdón.
55. Nacesariamente la preferencia del Papa es que, si los indulgencias, que constituyen un asunto muy pequeño, se celebran con una sola campana, procesión y ceremonia, el Evangelio, que es un asunto grandioso, se predique con un centenar de campanas, procesiones y ceremonias.
56. Los tesoros de la Iglesia, a partir de los cuales el Papa concede indulgencias, no son suficientemente nombrados ni conocidos entre el pueblo de Cristo.
57. Es claro, al menos, que se trata de tesoros no temporales, puesto que no son tan prodigados como acumulados por muchos de los predicadores.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos porque éstos, independientemente del Papa, siempre confieren gracia para el hombre interior, y la cruz, la muerte y el infierno para el hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la Iglesia son los pobres de la misma, pero él hablaba según el uso de la palabra en su tiempo.
60. No hablamos precipitadamente al decir que las llaves de la Iglesia, otorgadas por los méritos de Cristo, son dicho tesoro.
61. Porque es evidente que el poder del Papa es suficiente por sí solo para la remisión de las penas y los casos reservados.
62. El verdadero tesoro de la Iglesia es el santo Evangelio de la gloria y la gracia de Dios.
63. Este tesoro, sin embargo, es merecidamente odioso, porque hace que el primero sea el último.
64. Mientras que el tesoro de indulgencias es justamente muy aceptable, porque hace que el último sea el primero.
65. De ahí que los tesoros del evangelio son redes con las que desde antiguo se pescaba a los hombres de riqueza.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las que hoy se pescan las riquezas de los hombres.
67. Esas indulgencias, de las que los predicadores proclaman en voz alta que son las mayores gracias, se consideran realmente tales en lo que respecta a la promoción de la ganancia.
68. Sin embargo, en realidad no son en ningún grado comparables con la gracia de Dios y la devoción de la cruz.
69. Obispos y curas están obligados a recibir con todos reverencia a los encargados de las indulgencias apostólicas.
70. Pero están aún más obligado a cuidar con toda su mirada y velar con todo su oído que estos hombres no prediquen sus propios sueños en lugar de la comisión del Papa.
71. Sea anatema y maldito el orador que hable en contra de la verdad de las indulgencias apostólicas.
72. Por el contrario, bendito sea aquel que se sustraiga de la irresponsabilidad y licencia de discurso de los predicadores de indulgencias.
73. Así como el Papa con justicia truena contra los que utilizan inventos en perjuicio del tráfico de indulgencias.
74. Mucho mayor es su intención de atronar contra los que, con el pretexto de las indulgencias, usan invenciones en perjuicio de la santa caridad y de la verdad.
75. Pensar que el indulto papal dispone de poder como para absolver a un hombre aun cuando —por una imposibilidad— hubiese violado la Madre de Dios, es una locura.
76. Afirmamos, por el contrario, que el indulto del Papa no puede quitar ni el siquiera el menor de los pecados veniales en cuanto a su culpa.
77. El decir que aunque San Pedro fuera Papa ahora no podía otorgar gracias mayores, es una blasfemia contra San Pedro y contra el Papa.
78. Afirmamos, por el contrario, que tanto él como cualquier otro Papa tiene gracias más grandes que conceder —esto es, el Evangelio, poderes, dones de curación, etc (I Cor. Xii. 9.)
79. Decir que la cruz del escudo de armas papal tiene el mismo poder que la cruz de Cristo, es blasfemia.
80. Los obispos, curas y teólogos que permiten que tales discursos tengan credibilidad entre la población, tendrán que rendir cuentas.
81. Esta licencia en la predicación de indulgencias dificulta, incluso a los entendidos, cuidar el respecto debido al Papa contra las calumnias o, en todo caso, contra el agudo cuestionamiento de los laicos.
82. Como por ejemplo: ¿por qué el Papa no vacía el purgatorio en nombre de la santa caridad y la necesidad suprema de las almas —la más atendible de todas las razones— si redime un número infinito de almas por lo más fatal, el dinero, para gastarlo en la construcción de una basílica —que es un motivo muy insignificante?
83. Es más, ¿por qué siguen las misas fúnebres y de aniversarios de los fallecidos y por qué el Papa no devuelve o permite el retiro de los fondos legados para ese fin, ya que es un error orar por los que ya fueron redimidos?
84. Y más: ¿qué es esta nueva bondad de Dios y del Papa que, por dinero, permiten que un impío y enemigo de Dios redima un alma piadosa que ama a Dios, y sin embargo no redimen esa misma alma piadosa y amada por pura caridad, y por su propia necesidad?
85. Y de nuevo: ¿por qué los cánones penitenciales, derogados desde hace mucho tiempo y muertos en los hecho y no sólo en el uso, todavía son redimidos con dinero, a través de la concesión de indulgencias, como si estuvieran llenos de vida?
86. Y aún más: ¿por qué el Papa, cuyas riquezas son hoy en día más grandes que las de los más ricos de los ricos, no construye la Basílica de San Pedro con su propio dinero, en lugar del de los creyentes pobres?
87. Y suma y sigue: ¿qué remite o imparte el Papa a aquellos que, a través de la contrición perfecta, tienen derecho a la remisión plena y a la participación?
88. Y encima, ¿qué bien mayor recibiría la Iglesia si el Papa, en lugar de una vez, como lo hace ahora, otorgara estas remisiones y participaciones cien veces al día a cualquiera de los fieles?
89. Dado que es la salvación de las almas, y no el dinero, lo que el Papa pide con sus perdones, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias concedidas hace mucho tiempo, que son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos escrúpulos y argumentos de los laicos por la fuerza solamente y no dando razones, es exponer a la Iglesia y el Papa a las burlas de sus enemigos, y entristecer a los cristianos.
91. Si, entonces, las indulgencias se predicaran de acuerdo con el espíritu y mente del Papa, todas estas cuestiones se resolverían fácilmente. Más bien dicho, no existirían.
92. Fuera, pues, todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo "Paz, paz" y no hay paz!
93. Benditos sean todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo "La cruz, la cruz," y no hay cruz!
94. Hay que exhortar a los cristianos a que se esfuercen por seguir a Cristo, su Cabeza, mediante dolores, muertes e infiernos.
95. Y confiar así en entrar al cielo a través de muchas tribulaciones, en lugar de en la seguridad de la paz.
Wittenberg, 31 de octubre de 1517".