jueves, 4 de enero de 2018

LA MUERTE DE DON NUÑO DE ALVEAR

La muerte de Don Nuño Alvear, una leyenda templaria de Toledo
Por Juan Luis Alonso.

El Rey Alfonso VIII entregó el castillo de San Servando a los caballeros templarios para que se encargaran de la vigilancia y defensa del puente de Alcántara y del acceso a la ciudad. Hoy en día el castillo está reconstruido y facilita alojamiento a numerosos turistas que pasan sus noches entre los recios muros en el albergue que allí mantiene la administración regional. Lo que no saben, mientras duermen, es que oscuras leyendas transcurren bajo sus almenas…
La fría noche de noviembre y el duro viento de la tormenta que se avecina sobre Toledo hace que Nuño Alvear, uno de los caballeros templarios que vigila sobre los muros del castillo, busque resguardo donde escasamente lo hay. Diez campanadas resuenan en varias torres de la ciudad y, tras los oficios, los caballeros duermen a la espera de un nuevo día.
En los ratos que don Nuño accede al castillo en busca de un poco de calor junto a la chimenea, siente que algo no va bien esa noche… Oscuros presagios que acompañados del ruido del viento entre las piedras tiñen de negro, aún más, la noche toledana.
En uno de esos momentos, junto al fuego, en soledad, cree oír una siniestra voz que lo hace estremecer:
¡Oh cansado peregrino
que contemplas con enojos los erizados abrojos
que tapizan tu camino.
Resígnate a tu destino, resignación es piedad, y, pues no
hubo caridad
en tu paso por la vida, detén la marcha emprendida,
que soy la eterna verdad!
Al mismo tiempo que finaliza la voz, el aviso de la guardia atrae su atención, alguien se aproximaba a las puertas del castillo, y dos fuertes aldabonazos hicieron despertar a don Nuño del letargo causado por el calor del hogar.

– Alguien busca cobijo en esta noche maldita- piensa el caballero dirigiéndose hacia la entrada, pero antes de llegar, otro guardia había dejado pasar al interior a una misteriosa peregrina. Algo había en ella que infundía terror… Era muy vieja, sus huesudas manos apenas tenían la fuerza necesaria para sostener el bastón en que se apoyaba, sus pies desnudos apenas tenían carne…
– Don Nuño, mal templario, he venido a buscaros, soy vuestra perdición, soy la eterna peregrina a quien nadie abre las puertas gustosamente. Afirmó repentinamente la anciana. Su voz tenía un extraño acento.
– ¿Cómo conocéis mi nombre? ¿Qué queréis de mi? -Interrogó temeroso el templario.
– Soy quien esperábais sin saberlo y también sé que no soy bien recibida, más ¿qué vamos a hacer?, siempre ha sido así -Respondió la infausta peregrina.
– ¿De dónde procedéis, qué buscáis aquí?
– De dónde vengo es un enigma, pero allí he de regresar de nuevo -Contestó con un hilo de voz la anciana.
– ¡Acabad ya con vuestra charlatanería y decid qué queréis, o me veré obligado a echaros del castillo!
– A por vos vengo Nuño Alvear, bien lo sabéis; ha llegado vuestra hora. ¡Soy vuestra muerte!
El caballero en este momento intentó acercarse a la anciana, intentó gritar pidiendo ayuda a sus compañeros, pero todo fue inútil, el aire no salía de sus pulmones. Desesperado acertó a exclamar en un susurro:
– Dios mío, ayúdame…
– Es en vano vuestra súplica, Dios os llama a su juicio, y tendréis que responder por lo que vais a ver…
Y haciendo un gesto con su mano, señaló al templario las llamas de la chimenea cercana, donde, como por arte de magia, se pudo ver claramente a Mohamed, aquél árabe a quien una noche por venganza ordenó crucificar, a su lado apareció Gibelina, la débil doncella que mandó arrojar al río tras abusar de ella. También estaban el sin fin de inocentes degollados en sus años sangrientos, los peregrinos a quienes se negó a dar cobijo y en no pocas ocasiones robó… Estaban todos, nadie faltó a esa cita.
Don Nuño sintió que el aire se agotaba, que las fuerzas le abandonaban y sus ojos se cerraban. Todo era oscuridad.
Al alba, cuando uno de los templarios accedió a la sala de guardia buscando al ausente don Nuño de su puesto obligado, se encontró con el cuerpo sin vida del templario, con una terrible mueca de espanto, el pelo tornado en blanco y abundante sangre manando de su nariz y ojos.
De la misteriosa anciana nadie supo nada....