miércoles, 27 de diciembre de 2017

LA ISLA DE LOS TEMPLARIOS

Al igual que sucedió en las más importantes conquistas cristianas de las ciudades hispano-musulmanas, con los ejércitos de Jaime I iban las órdenes militares de su tiempo, y la del Temple no fue una excepción. La ciudad hispano-musulmana de Palma, como hemos dicho antes, cayó después de tres largos y sangrientos meses de asedio cristiano, durante los cuales se protagonizaron, por ambas partes contendientes, escenas que superan los límites de lo humano, como la colocación por parte de los almohades en los muros exteriores de la alcazaba, los prisioneros vivos cristianos, para recibir en sus cuerpos los impactos de las catapultas lanzadas desde las maquinarias de asalto; o bien el lanzamiento al interior de la ciudadela de las cabezas de los prisioneros musulmanes degollados, para intimidar y causar pánico a los defensores…; esta conquista, que tuvo lugar en 1229, de la que poco se han ocupado los historiadores medievales, merecería un estudio especial; en aquel tiempo, da la casualidad, estaba como máximo dignatario del Temple, un gran maestre provincial: Guillem Cadell (1229-1232).

Palma, conocida tras la conquista cristiana como la Ciutat, era la ciudad por excelencia, la capital administrativa y comercial de la mayor isla del archipiélago.
Con el reparto del territorio, los templarios recibieron la quinta parte de Mallorca y fijaron en la Ciutat su sede oficial, concretamente en el Castell dels Templers baluarte que se hallaba anexo a la muralla –aún se conoce en nuestros días esta zona urbana como Partita Templi–.
Lo curioso es que en este barrio también se encuentre el convento de los Franciscanos, en cuyo interior reposan los restos de Ramon Llull (1235-1315), llamado con justicia el Doctor Iluminado, el mallorquín más universal, a quien se debe el descubrimiento de la piedra filosofal, autor de la obra Ars Magna, unos estudios herméticos que llegaron a causarle serios problemas con la Iglesia. Después de realizar el peregrinaje a Santiago y a la villa de Rocamadour (Francia), Ramon Llull, en 1305, decidió ir a Tierra Santa, pero, en plena travesía, fue víctima de un envenenamiento por parte de sus propios servidores, sobornados por el pontífice Clemente V; pero, gracias a la fortaleza física de Llull, y también a la intervención de los médicos templarios, en la isla de Chipre, el más célebre de los alquimistas hispanos logró salvar su vida, falleciendo una década después, con la profunda tristeza de haber contemplado la caída de sus queridos templarios, víctimas del mismo pontífice que atentó contra su existencia, y también de las ambiciones del monarca francés Felipe IV el Hermoso.
Junto al convento de San Francisco, en el arrabal conocido como Partita Templi, se alza la iglesia de Santa Eulalia, edificio estrechamente vinculado a las logias de canteros, un colectivo que contaba con el respaldo total del Temple. Aún se pueden apreciar una gran variedad de marcas grabadas en las piedras que forman parte del aparejo. Y otro dato de interés: gran parte de la judería de Palma también se hallaba dentro de este arrabal templario: la abadía templaria, de la que sólo se conserva su magnífica fachada, se alza sobre cimientos de construcciones defensivas que habían formado parte de la ciudadela almohade, la Madina Mayorga (Alcazaba de Gomera), la fortaleza roja, formada por tres recintos.
Fue precisamente sobre el tercero de estos recintos en donde los templarios alzaron sus construcciones más sagradas, como esta abadía cuyo templo sigue ofreciendo una luz y unas dimensiones catedralicias. Este enclave templario, en tiempos de Jaime I, sirvió, además, para guardar el inmenso botín arrebatado a los almohades, tras la conquista cristiana, y luego, tras la desaparición del Temple, para encerrar a los últimos caballeros de la isla, en tiempos del monarca mallorquín Sancho. A finales del siglo XIX, al llevarse a cabo unas obras de urbanismo en las calles de Llull y San Buenaventura, se descubrió una galería –de unos trece palmos de altura, y por la cual podían pasar juntos tres hombres– que enlazaba el convento templario con el palacio de la Almudaina.
Pero los templarios no sólo se fijaron en la Ciutat, desde la cual controlar el resto de Mallorca, también les atrajeron muy especialmente algunos de los lugares de poder de la isla; entre ellos, y de forma muy particular, la Serra de Tramontana, que recorre todo el contorno de poniente de Mallorca, y es en donde se alzan las montañas más altas y los puntos de mayor energía de la isla.
El santuario del Lluch, donde se rinde culto a una imagen coronada en 1884 como reina y patrona de Mallorca, es uno de los lugares más interesantes de la geografía templaria de la isla. Allí arriba, después de haber atravesado un territorio de viejos olivos, el viajero descubre un enclave místico y, al mismo tiempo, cargado de energía, donde los magos templarios implantaron el culto mariano en Mallorca; la imagen, conocida también como La Moreneta, de 61 cm de altura, según la tradición, fue hallada por un pastor y ermitaño en 1240 en el interior de una gruta; en su tocado se lee “nigra sed formosa sum”; el Niño reposa en el brazo izquierdo portando un libro abierto, como animando a descubrir las esencias de los saberes gnósticos; a ella están vinculadas otros cultos en esta misma iglesia (Ana, San Bernardo, María Magdalena, San Juan Bautista, etc.), que igualmente forman parte del Cosmos espiritual del Temple.
Es importante recordar que toda la zona en donde se alza este santuario está preñada de montañas sagradas, grutas que sirvieron de marco de celebración de ancestrales cultos paganos, innumerables construcciones megalíticas y calzadas que, más que para enlazar poblaciones, marcarían las líneas de ley de la isla, entre enclaves cargados de energía.